Repasando hoy los artículos en la prensa española, siguen pensando que Trump puede resultar ganador (a pesar de las evidencias por doquier de que el sistema ya ha decidido que no puede ser elegido).
De entre todos ellos, me quedo con el firmado por Ramón Rovira en La Vanguardia, a quien deberían dar un premio a la incongruencia y deshonestidad periodística cuando, como todos los medios oficiales, ataca sin piedad (y sin argumentos) a Donald Trump, para ¡acabar echando la culpa de su éxito a los medios USA por haber emitido algunas de sus opiniones (sin censura) y haberse saltado, en nombre del precepto periodístico de la imparcialidad, el filtro debido de las opiniones que no son verdad!
En otras palabras: Rovira denuncia que no se ha censurado suficientemente a Trump y por eso, porque se le ha dejado hablar demasiado, puede triunfar.
El principio fundamental del periodismo es la verdad, un deber y un derecho del periodista hacia sus lectores y de estos respecto del medio donde se informan. Otro puntal es la imparcialidad, la suficiente equidistancia entre los hechos y las opiniones para no tergiversar la verdad. Pero a veces estos dos principios colisionan. Así, muchos políticos suspiran porque sus opiniones sean transmitidas a los ciudadanos, sin ningún filtro ni valoración.
Desde su punto de vista, servir en crudo el material informativo contribuye a la imparcialidad del medio porque el lector, oyente o espectador tiene suficientes conocimientos para formarse la opinión por sí mismo. El problema es cuando la imparcialidad choca con la verdad y por tanto, se engaña al receptor si no hay un intermediario que alerte del fraude. Y aquí es donde entra en juego el periodista. Verificando los hechos, contextualizando las afirmaciones, sorteando las presiones, desechando los rumores y denunciando las mentiras.