Con los importantísimos datos provenientes de los bombazos en la Maratón de Boston, combinados con los 12 años de investigaciones sobre los atentados de bandera falsa, podemos comenzar a perfilar cómo se organizan y ejecutan estos cobardes actos para asustar a la ciudadanía y generar Paranoia que permita robarnos la Libertad.
Ayer, el agente Tom Henegan nos aclaraba cómo la privatización de la lucha contraterrorista enviada a manos de ejércitos de mercenarios como The Craft es la responsable de los atentados en Irak… y el de Boston últimamente.
Una simple deducción nos lleva a dictaminar que el correspondiente burócrata (Ministerio del Interior (Seguridad Interior en Estados Unidos) o el Ministerio de Defensa, a través de uno de sus adjuntos será el encargado de planificar y delegar los atentados. Es útil recordar que el actual jefe de la CIA John O. Brennan fue anteriormente, director de adjunto de Seguridad Interior y jefe de la unidad de Contraterrorismo.
-Sí, vale, pero, ¿de ahí para abajo?
La historia de la Operación Gladio (los ejércitos secretos de la OTAN) nos muestra que tanto los grupos nacionalistas (ETA, IRA) como aquellos cuyos objetivos son estrictamente políticos (Baader Meinhoff, Brigadas Rojas, FARC, Sendero Luminoso) son infiltrados por agentes gubernamentales, en nómina, pero dentro de los fondos reservados por lo que «oficialmente» no aparecen como trabajadores gubernamentales, lo que, en principio, evita que una hipotética investigación inculpe al Estado… A menos que se investiguen los fondos reservados, como se hizo en Italia, en los 90, claro: ahí sí aparecen.
Esos agentes infiltrados están en esos grupos desde el comienzo, como ocurrió después del mayo de 1968 en Europa o en Estados Unidos con la Operación Mockinbird, impulsándolos a tomar las armas.
-Vale, sí, pero ¿cómo una persona o dos pueden tomar el control de una organización con decenas de personas?
Para comprender la solución a este problema os recomiendo que veáis la película Infiltrados de Scorsese. Un terrorista que en realidad es un topo de la policía (o de los militares) maneja una información tan suculenta que, por ejemplo, puede avisar a sus compañeros de cuándo y dónde va a haber un control de la policía o cuando van a intentar detenerlos (como en la Operación Faisán). El infiltrado les cuenta a sus compañeros que tiene un topo dentro de la policía y así se gana el respeto y la admiración del resto de terroristas («este tío sí que sabe») con lo que gana puntos, obviamente. Si a ello le añadimos que el tipo consigue dinero, armas y pasaportes fácilmente (¿quién le va a preguntar de dónde viene si te va a soltar medio millón de euros?), ya tenemos al infiltrado en lo alto de la organización que quiere controlar.
La jugada es mucho más fácil cuando se trata de un conflicto «nacional» (artificialmente provocado) en el que la droga juega un papel importante, como sucedió en Colombia, Kosovo, Afganistán, Chechenia, El Salvador o Nicaragua, por ejemplo. Dado que la CIA (y el Mossad) manejan el tráfico de drogas, sus propios contactos mafiosos se convertirán en sus interlocutores y, posteriormente, en los líderes de los nuevos gobiernos, como ocurrió con el general Noriega en Panamá.
El que hoy era un mafioso y un terrorista, mañana se convierte en un respetado político. Así de fácil.
Los informadores de la policía firman un pacto con el diablo, como les ocurrió a Rafá Zouhier o los asturianos que transportaron la dinamita del 11-M. El que hoy te sirve de informador, en su labor de infiltrado, mañana te puede servir como el «chivo expiatorio» para cargarles las culpas de los atentados.
El contacto de la policía o los servicios secretos les dice que tienen que ayudarles en una misión para detener a unos cuantos «verdaderos terroristas» y les «pide» que lleven unas mochilas o un coche con explosivos, como señuelo para detener a los que quieren detener, obviamente, a cambio de una buena suma de dinero, obviamente.
-Confía en mí, no te preocupes, que tú sabes que yo te defenderé hasta la muerte- le dice el contacto policial ante su normal inquietud.
El atentado se produce y la policía, los militares o los servicios secretos tienen toda la información para inculpar a sus propios agentes y ninguna prueba que les inculpe, salvo la relación de estos topos con las agencias pero… enterrado en la desinformación ¿a quién le importa que Mohamed Atta, los chicos chechenos, Rafá Zouhier o los pakis de Londres trabajaran para el gobierno?
Claro, hace falta pruebas para incriminarlos.
Los propios inmigrantes sin papeles (o personas con algún delito pendiente) pueden servir de testigos, cuando no, otros agentes disfrazados que es lo que empieza a aparecer en las tramas de los tiroteos en Estados Unidos. Resulta que las personas que aparecen en los medios ofreciendo su relato sobre los atentados, ¡han aparecido en diferentes sucesos!
Obviamente, para seleccionar estos testigos que forman parte de la conspiración, y no otros, hace falta la complicidad de los media, pero eso no es problema porque, como hemos visto en Libia, una gran parte de los productores de las grandes cadenas de TV estaban en la nómina del Ministerio de Defensa.
En toda esta opereta falta, sin embargo, un elemento.
¿Se te ocurre cuál?
Piensa un poco y, si no se te ocurre, entra en la noticia.
Las personas que comenzasteis a investigar este tema en el año 2001 recordaréis que el portavoz del gobierno USA en aquel momento anunció la contratación de un número de guionistas dentro del marco de la seguridad.
¿Guionistas? ¿Para qué coño quiere guionistas un gobierno?
Una película tan larga y complicada como la de Bin Laden y Al Qaeda o, simplemente, el bombazo de la maratón de Boston, con tantos actores y cuyas vidas han de explicar la motivación para realizar esos actos de terror tiene que estar en manos de profesionales en contar historias, entre otras cosas, porque la versión oficial no debe ofrecer contradicciones y, por el contrario, debe ofrecer respuestas para que la gente se lo crea.
En el argot de las series de TV se conoce como «Biblia» a la historia completa de todos los capítulos de un culebrón. Si entras a trabajar como guionista en «Los Simpson» en el año 2013 te tienes que leer la «Biblia» de todos los años anteriores para que los nuevos capítulos no se repitan, por un lado, pero por otro, guarden relación con lo acontecido a lo largo de los años.
En el caso que nos ocupa, el equipo de guionistas debe responder a todas las preguntas del público para que no se generen historias alternativas que acaben implicando a los verdaderos responsables.
«Dónde estaban los hermanos en la maratón, quién los vio, qué hicieron después de dejar las bombas, dónde les detuvo la policía, por qué uno de ellos no puede hablar, en qué momento se les ocurrió poner bombas, qué les motivó, por qué consiguieron ponerlas a pesar de que el FBI les tenía controlados».
Son muchas preguntas que deben ser respondidas a fin de que la gente crea el relato oficial y, por ello, deben ser guionistas quienes pergeñen el culebrón. Ese argumentario que, como hemos visto hace pocas en el PP español, se envía por correo electrónico cada mañana a los otros actores (conocidos como «políticos») que darán la cara ante los micrófonos de la prensa (o los teletipos de las agencias) para colocar esa mentira mil veces repetida en las mentes de los mortales, la gente como tú y como yo.
El trauma generado por las imágenes se ocupará del resto, porque un hecho tan doloroso que no tiene explicación más que la maldad humana genera un trauma en el cerebro que hace que la mente no pueda razonar ni plantearse otra posibilidad. ¿Cuántos años tardaste en siquiera plantearte que te habían mentido con el atentado del 11-S?
Sí, tú también fuiste víctima de un trauma.
Y ahora, como colofón, me voy a tirar a la piscina, porque sabéis que soy un tipo arriesgado.
A la luz de todo lo que os he contado, y tras comprobar la colaboración con la CIA y el Ejército USA en tareas de propaganda de directores como Ridley Scott (Black Hawk Derribado) os aseguro que las imágenes que las televisiones emiten sobre estos atentados son dirigidas por cineastas de la talla del mencionado Scott.
Es decir, desde aquí afirmo que no sólo hay guionistas en los equipos de la Guerra de 4ª Generación, sino también directores de cine.
Por pura lógica: ¿a quién le vas a encargar de generar un trauma en el espectador a través de la imagen más que a un profesional?
Recordad que Stanley Kubrick trabajó para los malos…
PD: Ahora habrá que recordar que un artista austriaco dijo, después de los atentados del 11S que «había sido la obra de arte mayor de la historia». Al final, este loco tenía razón…
PD 2: En las próximas fechas, es muy probable que empiecen a aparecer imágenes y nombres de los «testigos» de atentados que, casualmente, también estaban presentes en otros sucedidos lejos de allí. Permaneced atentos a la información que circule.