Los guerreros del arcoiris traen la era de Acuario

EL RETORNO DE LOS GUERREROS DEL ARCOIRIS

Cuando, a principios de los años setenta, los esquimales inui vieron aparecer a unos jóvenes barbudos avisándoles de que tenían que marcharse de allí porque se iban a realizar unas pruebas nucleares, una antigua profecía volvió a su mente. Al igual que numerosas culturas de los cinco continentes, los inui habían oído que, cuando la Tierra estuviera a punto de fenecer, resurgirían los “guerreros del arcoiris” para salvarla. Esos jóvenes blancos que llegaban en unas pequeñas lanchas habían creado hacía unos meses la primera organización ecologista del planeta, llamada Greenpeace, y, en gratitud por esa leyenda, llamarían a su primer barco “Rainbow warrior”, en español, “Guerrero del arcoiris”.

Fue la revolución hippie, el movimiento acuariano iniciado en 1968, el recuperador del arquetipo del arcoiris para la civilización occidental, como símbolo de la reconexión con la Madre Tierra. En una evidente sincronicidad, gentes de Europa y de Norteamérica recuperaban al unísono este símbolo arquetípico, convirtiéndose, al tiempo, en “indios blancos”. Por ese camino, los jóvenes occidentales se encontrarían con las tribus indígenas, los originales, que guardaban el arcoiris como símbolo sagrado desde mucho tiempo atrás.

Numerosas leyendas, como las de los indios hopi norteamericanos, hablaban de que la “quinta raza” nacería de la fusión de las cuatro ya existentes: la blanca, la amarilla, la roja y la negra. El resurgimiento del arcoiris sería la señal de que esa quinta raza se estaría gestando, una tradición que guardan también los indígenas aztecas, iroqueses, javaneses, hindús, sioux y esquimales, entre otros.

Este relato de la anciana indígena norteamericana, “Ojos de fuego” a su nieto, fue recopilado por Vinson Brown, quien accedió a la sabiduría sioux gracias a su padre. “El arcoiris es un signo de Aquel que está en todas las cosas. Es un signo de la unidad de la gente dentro de una gran familia. Ve a la cima de la montaña, hijo de mi propia carne y sangre, y aprende a ser un guerrero del arcoiris, pues únicamente derramando amor y felicidad entre toda la gente será posible que transformemos todo el odio que existe en el mundo”. Antes de la llegada del racionalismo, al otro lado del planeta, también era considerado un elemento de poder.

Entre los vikingos, el arcoiris era considerado una parte del arco de Thor, siendo sus flechas, los relámpagos y las tormentas. Para los celtas, el arcoiris era la silla de la diosa Ceridwen, una tradición que corresponde a la cultura judeocristiana, en la que el arcoiris es comparado con la luminosidad del trono de Dios. Concretamente, en el Génesis  9:13, al finalizar el relato del diluvio, éste es el mensaje que Dios le da a Noé: “pongo mi arco en la nube, y éste será la señal del convenio entre la Tierra y yo. Podrá verse que cuando traiga una nube sobre la tierra, el arco podrá verse entre esa nube. Y yo recordaré ese convenio, que es entre tú y yo, y entre toda criatura viva de cualquier especie, de que las aguas no volverán a inundar la tierra y a destruir toda la vida. Y este arco estará en la nube y yo lo miraré para recordar el convenio eterno entre Dios y todas las criaturas vivientes sobre la faz de la tierra.

Para los griegos, Iris personificaba, cómo no, el arcoiris, y simbolizaba el puente que une el cielo con la Tierra, siendo la “mensajera de Zeus”. Entre los incas del Perú, el dios del arcoiris es conocido como Chuychu y es conocido como “siervo del sol”. Para los mayas, la diosa del arcoiris es Ixchel, esposa del dios supremo, Itzamnan. Ixchel era la divinidad de la luna, la sexualidad, el nacimiento, el tejido y la medicina. Para los yukis de California, por su parte, el arcoiris es un vestido multicolor del Gran Espíritu, el Creador de todo lo existente.

En las tradiciones paganas, el arcoiris es representado a menudo con forma ofídica, como en la tradición de los indios shoshone, que la representan como “una serpiente gigante que se rasca la espalda contra el mundo celestial”, el cual se considera “un enorme domo de hielo”.  Esta representación es recurrente, tanto en América (entre las tribus pomo y kato de California) como entre los indígenas australianos, que representan a la serpiente vestida con todos los colores del arcoiris. En el imperio azteca, la serpiente emplumada era llamada Quetzaltcoatl, una entidad mítico-real que contiene todos los colores del arcoiris, y es la fuerza vital que anima el espíritu de Gaia, la Pachamama. La representación de la serpiente arcoiris es especialmente importante en la cultura asiática.

En concreto, para los hindúes, el arcoiris es la representación de la serpiente kundalini, la base de la energía vital, que recorre los siete chakras principales; cada uno corresponde a uno de los colores del arcoiris. Al primer chakra, relacionado con el color rojo, se le asocian el deseo, la furia, la cólera y la pasión. Al segundo, relacionado con la sexualidad, se le relaciona con el naranja; el tercer chakra, del color amarillo, es donde reside la fuerza vital, el centro de los órganos. El cuarto, el “anahata” relacionado con el corazón tiene la vibración del verde; el quinto, el de la comunicación, con el azul añil; al sexto, el de la intuicion, con el azul índigo, y al séptimo, relacionado con la espiritualidad, se le representa con el color violeta. Pero no sólo eso, el sonido original o sílaba mágica “Om”, también se representa mediante el arcoiris.

Todavía más al norte, en el Tíbet, el arcoiris está presente por doquier en su arte, comenzando por las famosas banderas de colores que adornan sus casas y caminos. El yogui  Dzen Dharma Boddhi le dijo a sus discípulos una vez: ”el arcoiris es sólo la manifestación de lo no hablado, una ilusión que realmente no existe, y es por esto que los artistas tibetanos usan el espectro natural de siete colores para ilustrar el principio general de que ningún fenómeno tiene una sustancia real y todos tienen cualidades de espiritualidad pura”.

La recuperación del arcoiris

Los hippies, recuperadores (aún inconscientemente) de este arquetipo, se consagraron al nomadismo. Así fue como llegaron a encontrarse con las más lejanas tribus indígenas, “hemanos del arcoiris” y de cómo llegaron rescatar buena parte de sus secretos. Esta tradición del nomadismo y la tribu fue recuperada por el movimiento beat, verdadero puente entre la “generación perdida” norteamericana y el movimiento hippie.

En 1965, el escritor Ken Kesey, autor del best-seller “Alguien voló sobre el nido del cuco”, al frente de un colectivo autodenominado “Alegres Pillastres”, lidera un autobús comunitario que recorrería Estados Unidos de costa a costa haciendo fiesta y performances con el LSD como invitado especial. Allí se reunían desde supervivientes del movimiento beat, como Neal Cassidy (protagonista de la novela de  Keruoac, “En el camino”), hasta jóvenes hippies, interesados en la cultura del “ácido”, muy en boga en aquellos años. El periodista Tom Wolfe se encargaría de reflejar el alocado mundo de aquellos primeros años de psicodelia en el mítico relato “Gaseosa de ácido lisérgico”, crónica del viaje en autobús por América de estos “gitanos psicodélicos”, comandados por Ken Kesey, el LSD y música de los Beatles y Grateful Dead.

La llamada “contracultura” norteamericana hizo converger a grupos en principio muy heterodoxos, como los creadores de las primeras “performances” o teatro improvisado y libre, llamados “Living Theatre”, en Nueva York. Los “Hog Farmers” eran otro de los colectivos más influyentes, una cincuentena de payasos californianos que derivó por los canales del ecologismo más militante hasta acabar formando una de las primeras comunas. A su regreso de un viaje por Nepal, los “Hog farmers” cambiaron su nombre por el de Earth People “Gente de la Tierra”. Su idea, según relata su propio líder, Hugh Romney, era nada menos que salvar la Tierra: “los ecologistas dicen que tan sólo tenemos treinta años para lograrlo. La situación es urgente y requiere de que todas las plataformas sean probadas. El ejército del sistema está muriendo, mientras que el nuestro está apenas naciendo… Cuando hablo de nuestro ejército, no hablo de armas, sino de grupos de personas que luchan por la superviviencia, de todas las formas de vida”.

Entre todas esas tribus también había grupos de inspiración anarquista, como los Motherfuckers y los Diggers. Estos últimos fueron los responsables del “verano del amor”, en 1967, cuando decidieron imitar a Robin Hood, dando de comer a los pobres, mediante métodos poco convencionales. Como relata Alberto Ruz en “Los guerreros del arcoiris”, “las mujeres ‘Diggers’ invadían mataderos, panaderías y mercados, mientras que los hombres recogían cajas de frutas, vegetales, arroz y pescado, ‘liberándolos’ de las granjas y tiendas para dar de comer a los indigentes en el parque Panhandale, de San Francisco”. Además, los Diggers, organizaron marchas, tiendas gratuitas y happenings callejeros, protestando por la injusticia de la policía y el gobierno de la ciudad. El 6 de octubre de 1967 dieron muerte simbólica “al hippie”, viendo que se corrompía el movimento, “para hacer renacer el Haight (el barrio hippie) y dar muerte al dinero”.

Dos años después, también los Motherfuckers comenzaron otra vida, fundando las primeras comunas anarcoecologistas. Ese verano de 1969 tuvo lugar el festival de Woodstock que marcó el punto más álgido y, al mismo tiempo, el final del movimiento hippie. La irrupción de la heroína entre los círculos juveniles (según algunos, obra de la CIA) y la matanza encabezada por el psicópata Charles Manson en la vivienda del director Roman Polanski, marcaría la criminalización del movimiento hippie, que pasaría a ser semiclandestino. Sin embargo, es a partir de entonces, cuando las tribus del arcoiris serían más productivas, “globalizándose” o volviéndose nómadas.

Desde los años setenta se realizarán encuentros en remotos lugares de Europa y Norte y Sudamérica; para conocer su exacta ubicación, una palabra será la contraseña: “rainbow” (“arcoiris”). De esa manera semiclandestina, se juntarán centenares de personas, venidas de diferentes países y autoconsideradas “La nación arcoiris”. En estos encuentros, celebrados anualmente desde hace más de treinta años, se montan unas ecoaldeas temporales, bajo premisas respetuosas con el medio ambiente (letrinas secas, vegetarianismo, reciclaje) y donde el dinero no existe. En ellas, los guerreros del arcoiris intercambian conocimientos esotéricos, arte, espiritualidad y medicina de los cinco continentes, procedentes tanto de Asia como de las culturas indígenas americanas y de la fusión con la física cuántica. Hasta hace poco, uno sólo podía llegar a saber de un encuentro Rainbow si alguien se lo contaba personalmente pero, con la llegada de Internet, las convocatorias están al alcance de casi cualquiera.

Las caravanas ambulantes

Paralelamente, desde los años sesenta, y evolucionando el modelo recreado por Tom Wolfe en “Gaseosa de ácido eléctrico”, se crearon las caravanas que esparcirían estos mismos mensajes y profecías. Algunas de ellas fueron fundadas por los grupos mencionados, como los “Hog farmers”, y llevaron nombres como los de “El Rainbow repairshop”, “Sterling Hop” o “Los elefantes iluminados”. En estrafalarios autobuses, pintados de colores, recorrerían América, Africa y Asia, reconectando con el saber ancestral de esas alejadas culturas y trayéndolo de vuelta a los países occidentales. Fue así como se recuperaron tradiciones como el temazcal (o sauna ritual india), el uso sagrado de las plantas de poder, las danzas sagradas o los rituales con el fuego y las cuatro direcciones, entre otras muchas. El uso del temazcal o sauna sagrada, tradición preservada por los indios sioux de Norteamérica, por ejemplo, hoy está en boga no sólo en Méjico, sino en Sudamérica e incluso en Europa. Pero éste es sólo uno de los hitos de los guerreros del arcoiris.

Actualmente, varias caravanas continúan recorriendo los continentes, sobre todo en América. Concretamente, la caravana “Arcoiris por la paz”, capitaneada por el incombustible Alberto Ruz, lleva 12 años recorriendo Latinoamérica con una “ecoaldea ambulante” que extiende el mensaje acuariano mediante el circo, el teatro y los más modernos medios tecnológicos, como Internet. Actualmente, se encuentra en Brasil, donde ha conseguido financiación para sus proyectos por parte del ministro de cultura, Gilberto Gil.

Todos estos movimientos, siempre al margen de la información de los grandes medios de comunicación, han propiciado que nuevas tribus hayan convertido con los guerreros del arcoiris. La tribu de los rastafaris quizás sea la más conocida, con la consiguiente adición del color negro a esta tribu multicolor y, con ella, el mensaje africano, que cumpliría la profecía de la “quinta raza”. Pero también, procedentes de la psicodelia generada por su música, hoy los seguidores de la música electrónica se han convertido en una parte importante del movimiento arcoiris. Ello ha generado una disputa ideológica, más allá de la puramente musical, que enfrenta a los puristas (fanáticos de los tambores y los instrumentos “naturales”) y los que integran los elementos de la última tecnología, la “música trance y electrónica”. Para los guerreros del arcoiris más puristas, las máquinas están asociadas a “la Bestia” (en un sentido literal), razón por la cual, huyen de ellas como de la peste y censuran a esta última tribu. El mundo del cual escaparon estaba contenido por la tecnología y los medios de comunicación, razón por la cual, se ven a sí mismos un poco como los salvajes de “El mundo feliz” de Aldous Huxley, uno de los autores que más ha influido este movimiento.

En el fondo, en el movimiento arcoiris subyace una disputa entre los partidarios y los detractores de la tecnología. En un principio, el movimiento hippie tuvo la visión de una vuelta a la naturaleza, completa, lo que incluía la renuncia a la luz eléctrica y al agua corriente. Fueron las denominadas comunas, que vivieron una gran transformación en los últimos treinta años, evolucionando hacia las “comunidades” alternativas, o ecoaldeas, un fenómeno planetario sumamente heterogéneo, presente en todo el mundo.

El movimiento de ecoaldeas

Actualmente, el GEN (Global Ecovillage Netword) agrupa a centenares de ellas en una red que pretende ser una alternativa a las formas de vida “babilónicas”. Bajo la premisa del respeto a la naturaleza, utilizan métodos de captación de energía renovables y no contaminantes, como la energía solar, el tratamiento de los residuos y el respeto a los ciclos de la naturaleza, mediante la técnica de la permacultura. La nueva relación con el medio natural, ensayada a lo largo de treinta años, fructificó en una moderna técnica arquitectónica, llamada “bioconstrucción”, que pretende aprovechar las condiciones geológicas en la recogida de aguas, el manejo de los desechos, los materiales de construcción y el aprovechamiento de las energías, especialmente, la luz. Su forma de cultivar recupera en muchos casos, las formas de la geometría sagrada (como la espiral), bajo el convencimiento de que ayudan a las plantas a crecer armónicamente.

Muchas de estas comunidades se han convertido en centros donde impartir técnicas de desarrollo personal. Quizás el más conocido de todos ellos sea el centro de Escocia llamado Findhorn, que explota exitosamente la fórmula de un lugar de encuentro para el desarrollo interior… A unos precios elevados, todo hay que decirlo.

”Algún lugar más allá del arcoiris”: El mago de Oz
Dorothy, la protagonista del “Mago de OZ” y sus tres compañeros iban buscando un lugar mágico más allá del arcoiris. El cuento del mago de Oz es un relato creado por un teósofo, Samuel Bousky, con evidente significado simbólico. Esto es lo que iba buscando Dorothy por el camino de oro: “Cuando todo el Mundo sea una confusión sin esperanza/ Y las riadas caigan por todos lados/ El cielo abrirá un mágico camino/ Cuando todas las nubes oscurezcan los caminos del cielo/ Habrá una carretera de arcoiris que será encontrada/ saliendo desde el cristal de tu ventana/ Hacia un lugar detrás del sol/ un sólo paso más allá de la lluvia/ En algún lugar más allá del camino al arcoiris/ Hay una tierra de la que escuché en una nana/ En algún lugar más allá del arcoiris los cielos son azules/  Y los sueños, los que te mereces soñar/ realmente se hacen realidad/ En algún lugar más allá del arcoiris/ los pájaros azules vuelan/ los pájaros vuelan sobre el arcoiris/ ¿Por qué, entonces, yo no puedo?/ Si los felices pájaros pueden volar sobre el arcoiris/ ¿Por qué yo no puedo?”