Ayer, en un momento en el que no tenía nada que hacer ni con quién hablar en la casa, me fui a dar un paseo y me senté en un banquito al lado de un pozo. Me sentí tan en paz, sin expectativa alguna… Tanto que comencé a mirar una piedra de un suelo como puede haber infinitos a lo largo del Planeta y mi visión se comenzó a desdibujar más y más hasta que perdió su textura original y comenzó a cambiar a la manera de los cuadros esos del «Ojo mágico», como si me hubiera tomado unas setas o una toma de ayahuasca; algo parecido. Pasaba de una realidad a otra a través de mi visión sin mente y a la manera de la experiencia que viví en la tierra de los crop circles el verano pasado, en una ermita de los cuentos de Camelot. La diferencia es que permanecí en ese estado por más tiempo hasta que llegó un momento en que me liberé de esta realidad material y empecé a sentirme en «otro lado», en otra dimensión, no sé en dónde ni quiero ponerle etiquetas.
Estaba ahí, tan a gustito cuando aparcó un coche justo en el hueco en el que mi banco y mi no-ser estábamos pero no me importó que quien quiera que saliera de ese coche me viera, entre otras cosas, porque aquí Sé que esto es lo más normal del mundo pero sobre todo, porque en el lugar donde me encontraba nada importaba lo más mínimo. Me miraron (porque lo sentía, yo seguía mirando) y me preguntaron, pero yo no contesté. Luego se sentaron a cada lado mío los dos chicos y resultaron ser Gonzalo y Sergio, justo los dos chicos de los que hablaba ayer y que fueron los que aterrizaron aquí a través de la entrevista que hice a Fulvio el verano pasado. Ellos, precisamente, Mis «Maestros» actuales que antes fueron mis «Discípulos» (ni lo uno ni lo otro es totalmente cierto pero, para entendernos).
Me pareció Perfecto que fueran ellos los que me acompañaran en esos especiales momentos y contestaran a la pregunta que en ese momento salió de mi Ser:
-¿Y ahora qué hago, cómo continúo con esto?
Me hablaron por unos momentos como el que ha pasado a otra realidad, como si mañana consiguiera relacionarme con un pleyadiano, y me dijeron que era lo más normal del mundo, que no había que hacer nada especial sino continuar con el enfoque de la atención en el interior y la respiración con la boca y que sale del ombligo.
Después de ponerme a llorar, de alegría, supongo, pero tampoco podría precisarlo, nos levantamos y volvimos a la casa donde, evidentemente, la vida seguía igual y yo me veía en la tesitura de continuar en ese estado que me hacía (me hace) hablar en un tono de voz más bajo, con menos presencia en las conversaciones, sin fuerza para defender ninguna idea porque no me parecen importantes y, bueno, encontrando mi papel en el mundo.
La gente me veía mucho mejor, más guapo, y la verdad es que cuando me vi en el espejo un rato después, me encontré con la mirada de cuando tenía 20 años.
Al poco de llegar, me encontré con Millán, un violinista, profesor de música, con el que he conectado muy bien. Me preguntó por lo que me pasaba, se lo conté cómo había sido y cómo había llegado (dejándome ir) y le invité a dar un paseo para conocer mi «sitio». Le dejé allí y me marché.
Al rato volvió y vivió algo parecido a lo que yo había vivido.
Eso fue por la mañana. Continué en ese estado y a todos les parecía estupendo que el personaje «Rafapal, el Salvador de la Humanidad» hubiera caído y me veían muy bien pero yo ya no sabía quién era. Me sentía sin sitio, aunque con mucha paz.
Me decían que los pensamientos negativos son mi Ego-Mente-Personaje, que ha dominado mi vida y quiere conservar el Poder sobre mí. El caso es que como me meten caña con que no hable de temas conspirativos ni mi vida habitual para no volver a la «mente» del «personaje Rafapal» y conectarme así, en su lugar, con el Ahora y el sentir, me sentía (me siento) sin sitio. Y la cosa estalló en el «Juego de la Vida» en una carta en la que me tocó contar el sentimiento de la Traición.
Yo quería hablar, evidentemente, de las traiciones sufridas en los últimos años de «líder conspiranoico» pero la dulce facilitadora de la dinámica y el amigo más antiguo que tengo en esta casa me instaron a hablar de la traición a mí mismo. Considero que me traicioné a mi mismo por buscar su aprobación al aceptar la sugerencia y no hablar de lo que yo sentía que tenía que hablar, y no lo hice nada bien (en el juego lo que se valora es que lo que digas, lo estés sintiendo, y no sea un mentalismo ni un discurso intelectual a lo que yo tengo, por mi condición de águila, tendencia). El caso es que eso detonó todos los demonios que había en mi interior y que reflejaba en las personas que tenía a mí alrededor y me acabé aislando hasta que aproveché la primera oportunidad para marcharme a la cama.
En la habitación, me encontré al profesor de filosofía, de formación católica convencional, que había «despertado» (el que había vivido en la cárcel interior que relataba ayer). Tuve una mezcla de alegría por él y de envidia por su estado porque a mí me meten más caña que a ninguno (o yo lo siento así) y hoy me he levantado con un «pedo» parecido al día interior pero menos cabreado. (El profesor, José María, está sumamente cambiado).
Solo cuento un 1% de lo que pasa aquí porque las conversaciones que hay aquí y las frases, la sinceridad, la humanidad y autenticidad que aquí se vive (le puedes decir algo que podría provocar un griterío a alguien y te pones a analizar de donde sale ese sentimiento de odio, rechazo, etc, con total normalidad) es prácticamente indescriptible.
Molaría unas cuantas webcams y retransmitir este «Gran Hermano de la Conspiración». ¡SE ILUMINARÍA EL PLANETA ENTEROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
[Ay, no, que ya entra el «personaje» Rafapal y quiere convertir todo en una noticia (por si lo lee alguien de la casa). Jajajaa!