Ayer dos personas consecutivamente (un chico y una chica de 26-28 años) y, en cuestión de una hora, me confesaron no tener muy claro cuál es el Bien y cuál, el Mal. No saber diferenciarlos, vaya. El chico ha pasado recientemente por un psiquiátrico y la chica es adicta a las calaveras (estéticamente, ya conocéis la moda). Ambos, podríamos calificarlos de «índigos» y con una clarividencia muy por encima de la media: dos seres especiales.
Que una frase tan lapidaria como ésa se repitiera en dos personas diferentes en un espacio tan corto de tiempo me dio para pensar.
Se me ocurrió relacionarlo con el empobrecimiento del lenguaje y las etiquetas que se usan constantemente, como «machista», «nazi» y «ego» cuando alguien quiere decir que algo es «malo» y la confusión que ello conlleva. Esta mañana he comenzado a escribir los diferentes usos de esas palabras. Comienzo con la primera.
Machista: En sentido negativo, se emplea ese adjetivo para denominar a un hombre desconsiderado con la mujer, grosero, falto de sensibilidad, dominante… Por ejemplo, un hombre «machista» sería aquel que lanza un piropo grosero por la calle a una chica que pasa. Pero en sentido «positivo», un hombre puede ser calificado de «machista», al contrario, si es atento, caballeroso o protector hacia la mujer. Siguiendo con el ejemplo anterior, un hombre puede ser calificado de machista si deja pasar a la mujer delante por la puerta o si le dice una frase bonita (que a la mujer le guste o le inspire).
Es decir, que «machista» es todo aquel hombre que trate de una manera diferente a la mujer que a un hombre, ya sean estos actos, buenos o malos. ¿Resultado? El único hombre «bueno» es aquel neutro, indiferente para la mujer. El gay, obviamente.
En lugar de calificar como de «mala persona» a un hombre que se porta mal con una mujer, al usar el calificativo «machista» se mancilla a todo el género masculino, proscribiendo, de hecho, la virilidad como un mal, criminalizándola. O sea, lo que están criminalizando es la Naturaleza, haciendo ver que si el hombre se comporta de manera viril, entonces, es malo.
El no diferenciar el Bien del Mal (en este caso, respecto al hombre) identificando al hombre que trata de manera diferente a la mujer que al hombre (ya sea bien, o mal, insisto) puede hacer, obviamente, que una mujer elija a un hombre que la ignore (neutro), que no le diga que no a nada (pasivo), que ‘ni le vaya ni le venga’ (es decir, que no le genere rechazo pero tampoco apego), o incluso, que la maltrate (recordemos que si un hombre trata bien a la mujer, es malo; en el inconsciente de alguna se puede crear la asociación complementaria. Es decir, que si la trata mal o la pega, entonces es bueno).
Siguiendo con este sencillo razonamiento, la palabra «machista» (y la ideología que la nutre) impide que a las mujeres las traten como reinas y, en definitiva, que las amen, porque el amor de un hombre a una mujer es una ideología no igualitaria. (Es un trato mejor, luego, de acuerdo a esta ideología, es malo).
Obviamente, lo mejor que podríamos hacer es utilizar el lenguaje con propiedad, llamando «al pan, pan; y al vino, vino» y dejar de usar ese «cajón de sastre» que es la palabra «machista».
Seguidamente, os pongo un vídeo de una escritora valenciana que ha sacado un libro sobre las denuncias falsas de violencia de género llamado «Mamá dice que no me quieres». Aparece en la TV valenciana, signo de que el asunto ha estallado, por fin.
El jueves estaré en Córdoba, en el restaurante Al Zahara, consultad dirección a la derecha.