En 1971 Stanley Kubrick ya tenía plena libertad absoluta para rodar, gracias a haber creado las imágenes del falso alunizaje de 1969. Dicen que, gracias a ello, se ganó el derecho a hacer lo que le diera la gana con sus películas, a no tener supervisión, al contrario del resto de directores.
En ese año 1971, justo cuando la era de la ultraviolencia llegaba al cine, con títulos como la brutal Perros de Paja, Malas Calles, El cazador y el resto de crónicas del Vietnam, Kubrick vuelve a Inglaterra para rodar La Naranja Mecánica, una de las películas de culto de la historia del cine, atractiva por su contenido pero incomprendida, sin duda, para sus seguidores.
Kubrick era ya en aquel tiempo un hombre ligado a la élite, pues su enorme talento, demostrado en Senderos de Gloria, le había hecho valer el encargo de filmar el alunizaje del hombre en la luna, con los mismos medios técnicos que emplearía en la visionaria 2001, una odisea en el espacio.
La película comienza siguiendo las andaduras de una pandilla juvenil, vestidos de blanco, y bastón y bombín (señas de identidad de la aristocracia inglesa) que se dedican a dar palizas, al estilo nazi, a mendigos («ya no hay respeto para los mendigos: ya no hay ley ni orden») y a cometer violaciones en grupo asaltando chalés de la alta burguesía. Es decir, causar el caos.
Entre acción y acción, la banda liderada por el obseso por Beethoven, Alex, que maneja una jerga lingüística muy personal, se toma copas en un pub donde acuden ejecutivos de la TV y el cine… (Ummm).
Alex tiene una serpiente como fetiche y en la primera escena hace una significativa broma (teniendo en cuenta la historia de Kubrick) diciendo: «Somos libres, vamos a la luna», y en otra ocasión «La ley de la gravedad ya no cuenta», claras referencias a esta impostura realizada por el genio inglés.
Otro detalle curioso es que una vez que Alex entra en una tienda de discos (donde se ligará a dos ninfas que se pasará «por la piedra») tiene delante la banda sonora de la propia película «2001: una odisea en el Espacio», señal inequívoca de que esta era la alusión correcta.
Con unos padre sobrepasados por la dimensión de la locura violenta del chico, un asistente social llega a su casa, abusando sexualmente de él y dando a entender que, en realidad, él ha sido el creador intelectual de la propia banda mediante los abusos sexuales.
En una de sus incursiones, y tras discutir con el resto de sus compañeros, entra en el chalét de una profesora de yoga y tantra a la que golpea con un pene gigante, una clara alusión a la posteriormente llamada «violencia de género», cuya posterior captura motivará la reclusión de Alex en una prisión, de la que saldrá tras comprometerse con un programa del ministerio del interior para cambiar la conducta de los presos violentos mediante «modernas técnicas».
Esas modernas técnicas son, evidentemente, el infame programa MK Ultra de control mental puesto en marcha mediante equipos de psiquiatras de todo el mundo para «curar el mal» y convertir en buenos a los sujetos con tendencias nocivas para la sociedad. Es decir, que Kubrick (que parece que inspiró la novela de Anthony Burgess en la que se basa la película) estaba mostrando hace ya tantos años al gran público los planes de la élite que conocía bastante bien.
Detrás de esta durísima película hay una profunda reflexión sobre el bien y el mal. El cura que trabaja en el reformatorio dice que «el bien es una elección» pero las autoridades deciden que van a «hacerle bueno» a la fuerza.
Y la manera de hacerlo es, agárrense, mediante gotas en los ojos y películas que van creando un condicionamiento de repulsión hacia la violencia y mediante la música de su adorado Ludwig Van Beethoven que, a la manera de las torturas de Guantánamo y Abu Ghraib con los presos de Al Qaeda, llega a producirle náuseas. Es decir, el profesor Broski le está reprogramando. La primera película que le colocan es, precisamente, la de unos chicos vestidos igual que su propio grupo pegando palizas, un mensaje poco subliminal de que su banda había sido creada por el propio gobierno y, con ella, todos las tribus urbanas y bandas juveniles, desde las del rock hasta los hooligans futbolísticos y los neonazis, como en este caso.
Como lo dicen claramente, la droga le provoca parálisis, temor y desazón y acaba asociando la violencia a un hecho traumático. La reprogramación está hecha; sólo falta la prueba, ante un auditorio a la manera de un teatro.
Le colocan delante a un hombre que le insulta y le humilla y Alex no reacciona violentamente.
Le sacan a una diosa medio desnuda pero no corre a follársela.
Alex está curado. Pero la película no acaba ahí. Ahora Alex es bueno.
Cuando vuelve a su casa, se encuentra que otro «hijo» ocupa su lugar y su habitación, por lo que tiene que salir a la calle y buscarse la vida, encontrándose con el mendigo al que asaltó, que le propina una paliza. Seguidamente, se encuentra con sus ex compañeros de la banda, que se han hecho policías (¡significativo!) y le pegan otra paliza.
Arrastrándose, acaba en la casa de la familia a la que violó y torturó, descubriéndole porque se pone a tararear Cantando bajo la lluvia, nuevamente otra alusión al cine como programación mental. Con el escritor en silla de ruedas, le acaban envenenando y luego de enterarse de su punto débil, le colocan la música de Beethoven, que le conduce al suicidio.
Ha dejado de ser un criminal y se ha convertido en una víctima, porque no tiene armas para defenderse en una sociedad violenta per sé: Kubrick está lanzando una indirecta hacia el hippismo, haciendo entender que fue una creación de los servicios de inteligencia.
Las vueltas del guión de la película son interesantísimas y, como digo, dignas de debate, porque el escritor al que dejó en silla de ruedas está conectado con la izquierda politica y trata de sacar tajada de la cuestión, culpando a la derecha de haber generado este suceso, debido a su fatídico programa de «reeducación».
Las discusiones éticas sobre el libre albedrío y la capacidad de elegir entre el bien y el mal del ser humano son muy ricas, pero la película llega todavía más lejos cuando el ministro decide desprogramarlo, para ganarse, lo recalca mucho, a la Opinión Pública, dejándolo groggy otra vez con Beethoven.
Las últimas imágenes son un enigma para mí: se ve a dos mujeres desnudas enzarzadas en un acto «amoroso?» con un público que las rodea vestidas como en el siglo XVIII: ¿una alusión a una ceremonia masónica tal vez?
Parece que Kubrick quiso avisarnos de muchas cosas con esta película: la principal, de cómo el mundo del cine puede programar la violencia en las mentes de las personas utilizando el inconsciente, particularmente entre los jóvenes. Y no se equivocó porque fue en esta década de los setenta cuando se generaliza el fenómeno de las tribus urbanas juveniles, ligadas a dos factores: la música (etiquetada por géneros que sirven para identificarlos) y el fútbol. No parece casualidad que fuera precisamente en Inglaterra donde el fenómeno de los hinchas violentos, conocidos como “hooligans” comenzara.