Pasados los años, vuelves a algún lugar que ha significado mucho para ti (como tu colegio, el lugar donde quedabas con tus amigos, un banco donde te declaraste por primera vez, los lugares donde ibas con tus padres…) y, de pronto, parece que estás viviendo, literalmente, esos momentos. Que estás «dentro»; que te has transportado en el Tiempo al pasado.
La explicación racional y científica sostendría que, lógicamente, al llegar a un cierto lugar, la memoria recupera esos hechos, asociados a esos lugares, los olores que llevan aparejados… Y que de esa manera vienen todos esos recuerdos, que son «postales» inconexas de muchas situaciones vividas, asociadas a un lugar.
Pero yo no estoy hablando de eso.
Lo que yo mantengo es que todas esas vivencias han quedado ahí, en ese lugar, y si cuando las viviste eras plenamente consciente, en realidad, tu yo del futuro estaba contigo allí, en ese momento determinado. [Creo que el famoso «Cronovisor», la máquina que es capaz de ver el pasado y que está en posesión del Vaticano, debe funcionar de acuerdo a estos mismos parámetros. La vibración-hertzios de esos acontecimientos siguen ahí].
La clave son esos momentos en los que te quedabas absorto, sin pensar en nada, con la mirada perdida; en esos momentos, tu «yo del futuro» estaba ahí, contigo, por eso cuando vuelves a ese lugar, lo vives como si estuvieras allí, porque en realidad sí estabas ahí cuando aquello sucedió.
Me sucedió el otro día, cuando desvié mi ruta habitual cuando voy a casa de mi madre, y me detuve a la puerta del Instituto: estaba ahí, en el recreo de mi primer día de clase con mi amigo Rosique.
Lo juro. Estaba sucediendo en ese mismo instante.
Y me transportó.
Prueba a hacerlo, te renueva.
