Las consecuencias de esta unión entre el Papa católico y el patriarca ortodoxo sellada en Cuba este fin de semana son de unas dimensiones mucho más grandes de lo que, me parece, la gente ha identificado.
El cisma entre la iglesia de Constantinopla (Estambul, no lo olvidemos, hoy Turquía) y la de Roma se anticipó varios siglos a la escisión reformista de Lutero, por lo que, con toda seguridad, la simbólica reunión entre católicos y ortoxosos ha de estar removiendo las conciencias de todas las iglesias protestantes: «¿y nosotros, qué, nos quedamos fuera?», deben estar diciendo, mientras los satánicos se muestran abiertamente, «¿nos unimos en la lucha contra el Mal?».
De alguna manera, la unión de Roma y Moscú deja en un «sandwich» a los protestantes del centro y norte de Europa, obligados a posicionarse frente al sionismo judío, wahabita y cristiano.
La jugada de Francisco y Ciril hace que cada iglesia va a tener que definirse y decidir de parte de quién está.
De la misma forma, un movimiento de tal calibre en el ámbito cristiano, ha de remover las entrañas del islam (pues, al fin y al cabo, el islam fue una derivación del cristianismo) y cuestionarse su propia escisión chiíta/sunnita.
Mi pronóstico es que los imam chiítas se van a unir (a no mucho tardar) al pacto entre la iglesia de Roma y la de Moscú, lo que dejará «fuera de juego» a los sunnitas, que a su vez vivirán unas grandes contradicciones en su interior, viendo que los verdaderos creyentes en Dios se unen, mientras ellos permanecen fieles a Saitán, el dios del dinero-deuda.
Mucho ojo a las declaraciones de los líderes religiosos de las próximas semanas.