A grandes rasgos (y con grandes matices) en mi instituto había tres grandes grupos: los pijos del Lacoste que escuchaban a Bosé, Hombres G y Eros Ramazzoti, a la derecha; los «políticos» que estaban con Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y, sobre todo, Leonard Cohen, a la izquierda; y los rockeros, punkis, hippies, mods y gente que no iba de nada; los descreídos en definitiva.
Por supuesto, había muchos más matices porque había «políticos rockeros» (más radicales) y gente que no iba de nada que tiraba más para un lado o para el otro y, de hecho, nos juntábamos para jugar al baloncesto, y acabamos teniendo amistades «intergrupales», pero en líneas generales, el esquema era así.
En 1986 yo hacía tercero de BUP y daba la casualidad de que tenía en mi clase a dos de las políticas más brillantes: Vera y Bárbara, que, para que os hagáis una idea, vendrían a ser lo que Tania Sánchez y Beatriz Talegón hoy día, ¡teníais que ver cómo hablaban! (Sí, con toda la jerga y el tonillo de los políticos: de hecho sus padres eran militantes, claro).
Aunque para un desconocedor de los códigos juveniles, no había muchas diferencias estéticas entre los políticos y los rockeros, lo cierto es que había una distancia entre ambos grupos que, cuando en tercero, mezclaron las clases, se tenía que notar. Básicamente, ellos iban de «superioridad moral» porque hablaban con la jerga marxista del que se apunta a todas las causas justas que proclamaba el diario El País y nosotros nos reíamos de ellos por su descarado peloteo a los profesores progres, con los que desayunaban y tomaban vinos, y sobre todo, por su tontería, por su impostura.
Aunque en aquella época solo teníamos 16 años, ya teníamos claro que la mentira y la impostura eran la seña de identidad de los políticos y a éstos les vimos el plumero desde el primer día, por eso nos acercamos a los planteamientos de La Polla Records, sobre todo, y al punk en general.
Mientras ellos se dedicaban a promocionarse, ¿qué hacía yo? Pues yo me dedicaba durante toda la semana a animar a la gente a que el viernes acudiera a la bodega que estaba tras el Instituto, donde acabamos reuniéndonos centenares de personas, de todas las tribus urbanas, en total confraternidad, durante varios años. Puede que no lo sepáis, pero por entonces había un grave problema de violencia entre estas tribus (artificialmente creadas) y por eso mi empeño era reunir a todo el mundo, al calor de la cerveza y del calimotxo, para superar esa paranoia (cosa que conseguimos). Aunque no os lo creáis, aquello fue el origen del posterior «botellón»: de hecho fue el primer botellón masivo de la historia.
Un buen día se organizó una asamblea porque venía un tipo con el medio largo y con gafas de la facultad de historia (un cruce entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón) a dar una charla porque quería fundar un «sindicato de estudiantes». ¡Para qué cojones queremos un sindicato en un instituto? La pitada y los gritos que se llevó aquel manipulador de niños, presentado por mis dos compañeras, impidió que pudiera siquiera abrir la boca. Los punkis y anarquistas no tragábamos a esos estafadores. Pero «alguien» había decidido que los niños teníamos que estar sindicados y, nadie sabe cómo ni por qué, se acabó fundando ese sindicato.
Unos meses después (y, mágicamente, después de la fulgurante creación de ese sindicato) estallaron aquellas manifestaciones tan famosas con el grito de «el hijo del obrero, a la universidad». Hoy en día, con lo que sé, tengo muy claro que tanto el sindicato, como las manifestaciones y la posterior represión fueron organizadas por el propio PSOE de Felipe González para meternos en la Universidad, donde lavarían el cerebro a los hijos de los obreros con la paranoia de la guerra de sexos, de la que han salido cientos de miles de jóvenes españoles absolutamente lobotomizados con las teorías de la Escuela de Frankfurt: el cuerpo social actual de Podemos. Aquellas manifestaciones fueron unos autoatentados de bandera falsa ¡de libro!
Por increíble que os parezca, en todo un año de clase jamás tuve una polémica con Vera y con Bárbara (y eso que lo deseaba): por alguna extraña razón, evitaron cualquier tipo de debate conmigo (puede que por la misma razón que los de Podemos también me evitan). La supuesta superioridad moral de esta izquierda alternativa vale con los fachas de derechas pero no, con un ser libre, sin ataduras ideológicas de ningún tipo.
Todo esto viene a cuento porque el otro día, Mercedes, una amiga del instituto, me comentó que los de Podemos son los mismos que los Políticos de nuestro instituto, y no puedo estar más de acuerdo.
El mismo tonillo falso de Pablo Iglesias y Monedero, los mismos shows para dárselas de que son mejores que los demás, la misma tontería, la misma superficialidad, la misma frialdad, la misma deshumanización; lo que hoy se conoce como «postureo» y no es más que primar la apariencia sobre la esencia, sobre el ser. Por eso digo que son los «pijos de la izquierda».
Hoy, como ayer, me toca desmitificar a estos falsos líderes que lo único que en realidad quieren es perjudicar la convivencia y generar discordias, por medio de los traumas recibidos en la universidad ¡por el mismo poder que dicen combatir! Lo que han aprendido sobre Foucault, Negri, Gramsci y la escuela de Frankfurt. Los represores disfrazados de libertarios.
¡Por amor de Dios! ¿En dónde se ha visto que el carcelero te vaya a dar la llave de la Libertad!
¡Despertad de una puta vez! ¡Son los mismos politicastros del instituto que comían con los profesores! ¡Por eso han llegado al Congreso!
*Empleo el vocablo «pijo» en su acepción de «artificial» y «superficial».
PD: El mote de «los políticos» -que se convirtió en un clásico- se lo puse yo mismo.
PD 2. Recuerdos de pelo largo es la crónica de esa generación y, mientras alguien no me demuestre lo contrario, la mejor novela sobre el espíritu del rock and roll, que se haya escrito.