Pese a que lo algunos puedan imaginar, ser Rafapal no es ninguna bicoca: las situaciones a las que a veces me tengo que enfrentar son tan delirantes que no se las deseo a nadie.
Como sabéis, hace dos días tenía que hablar en Cádiz, en este caso, atendiendo la petición de un grupo chamánico liderado por un homeópata, uno de cuyos seguidores se puso -muy educadamente- en contacto conmigo para organizarme una charla sobre la guerra de sexos, que iba a ser en la Facultad de filosofía. Ellos corrían con los gastos del AVE y me buscaban alojamiento.
OK. Encantado. Un tema que me encanta y una gente que, dentro del ambiente espiritual, no olvidan la importancia de la política y la denuncia de la conspiración. ¡Mi gente! ¡Por fin!
La propia mañana de la charla me llama mi contacto para decirme que, al final, la charla no va a poder ser en la Universidad («nos piden dinero») y que, en lugar de ello, han pensado hacerla… ¡en la playa!
Mi primera reacción fue de decepción porque me hacía ilusión hablar en ese foro y, por contra, hacer una charla en la playa podría implicar que hubiera «descontrol» y falta de atención, debido al propio espacio. Y así se lo hice saber a mi interlocutor: debía ocuparse de mantener un orden para que yo no me descentrara.
Muy bien, tomo el AVE en Madrid y me esperan en Sevilla mi interlocutor y otras dos personas más de un trato exquisito, educados, concienciados y de conversación agradable. Llegamos a la playa una hora antes de la cita y aproveché para darme un paseo y encontrar la paz interior antes de la charla.
Cuando me llevan al lugar señalado me llevo una agradable sorpresa al ver más de 50 personas (el grupo esperado era de 23), en este caso, realizando una serie de movimientos en grupo, un poco al estilo de los «pases mágicos» de Castaneda. Como conozco de hace tiempo esos ambientes, no hay nada que objetar; además, la gente parece muy simpática y dicharachera. Tanto, que me parece una ventaja el haber cambiado el lugar: me encanta la naturaleza.
Después de una presentación con muchos piropos (y durante la cual, el presentador recibe una serie de masajes por parte de una espontánea, algo que me chocó, porque distraía del discurso), llega mi turno y empiezo a desgranar los razonamientos para explicar cómo hemos llegado al punto en el que estamos.
Hablo de los valores humanos, de la evolución de la conciencia desde la revolución francesa, la huida de nuestra naturaleza… Comienzo a ver dentro del público que se levantan, se estiran unos a otros… Un ratito después, se cogen de los brazos, se empiezan a dar palmaditas en la espalda, cada vez más fuertes, hasta que uno le pega un «hostión» a otra, que suena, y el siguiente se anima, y así, unos a otros… Mientras yo hago como si nada y continúo con mi exposición… hasta que me dan una palmada (fuerte) en la espalda y me empiezan a gritar que yo dé otra al siguiente. Me gritan a coro que lo haga y yo me planto, tranquilo, y digo que no, que me han pedido que dé una charla y ese era mi compromiso, no participar de ninguna práctica. Me hicieron otras tres veces ese truco manipulador pero me mantuve firme y sereno a la vez para exigir respeto hacia mi ser y coherencia con su propio deseo de que les diera una conferencia.
Es difícil definir lo que pasó porque, frente a intervenciones y diálogos inteligentes y sosegados, recibí una presión constante e impertinencias que -luego me di cuenta- estaban perfectamente diseñadas por el gurú (que en todo momento permanecía de espaldas a mí, por lo que no podía verle) y que intuyo que aparecían cuando yo decía algo (MK Ultra, control mental) que podía dañar el control total que este individuo ejerce sobre el grupo. También me parece claro que el chamán utilizó la información que mi contacto le dio («me preocupaba que hubiera descontrol entre el público») para generar la situación que, precisamente, me podía descentrar. Una estrategia en el fondo infantil, pero terriblemente perversa, propia de un mago negro, un manipulador.
Esa fue mi percepción a posteriori pero, obviamente, no podía manejar el sentido de una charla de dos horas, responder preguntas, calmar los ánimos y evitar que el caos se apoderara de la misma, mientras el mago negro elucubraba sus planes para doblegarme a mis espaldas.
Si vierais el vídeo que uno de los adeptos grabó de la charla, os descojonarías de la risa porque aquello era un circo, un circo que llegó al punto culminante cuando la más loca de todas (una señora con los ojos descontrolados de una persona fuera de sí) se puso a darme palmaditas en los gemelos mientras hablaba: ¡imaginaos que te empiezan a subir por las piernas un arsenal de escarabajos mientras intentas dar una conferencia!, ¡pues así!
Un cuadro. A pesar de todo, como digo, di mi charla de 2 horas, vendí un porrón de libros y mantuve conversaciones valiosas con mucha gente porque, hay que decirlo, aparte de esa faceta (que tenía que ver, claro está, con su relación con el líder) la gente allí era estupenda.
Es preciso diferenciar una cosa de la otra: y la única manera de entenderlo es atender a una doble personalidad. Según me pude enterar, el chamán había tratado a todas las personas del grupo y, claro está, los había sacado de momentos difíciles en sus vidas, lo que, unido a su deseo de control, había generado una dependencia sobre su persona que degeneró en la creación de esta secta.
Casi idéntica al Buda’s Factory: ¿os acordáis de hace 5 años? ¡Era una repetición! Un seguidor de esta web que funda una secta e intenta aprovechar mi «tirón» para conseguir promocionarse y ganar adeptos. Una relación amor/odio, imprescindible para entender lo que vino después, para lo cual yo ya estaba preparado, claro está, ¡porque lo había vivido! Así que, dentro de la obvia tensión, estaba muy tranquilo porque sabía lo que iba a suceder: me iba a quedar en la playa, tirado, sin hotel y, a pesar de los aplausos, solo.
Yo estaba deseando irme, claro está, y escapar de esa auténtica encerrona que el chamán (un heavy) me había preparado: así que me pegué un baño y me puse a hablar con la gente tan simpática que allí había (ya os contaré una de las conversaciones), aunque sabía que la cosa no había terminado…
El contacto que había preparado la charla (¡un profesor de universidad!) me dijo que ya me habían escuchado pero que ellos querían que yo conociera su trabajo, en torno a la guerra de sexos y el despertar de la Humanidad: «OK, encantado, pues ahora lo hacemos».
Me seco un poco y me reúno con la veintena de personas que componían el grupo, cercano a donde estaba el resto de la gente y me dicen que no, que hay que irse más lejos para estar solos porque «el resto no forma parte del grupo».
Danger.
Aquello ya me empieza a mosquear, y confirma mis sospechas de que allí va a pasar algo. Y no precisamente bueno para mí.
Y lo primero que sucede es que hacen un corro en torno mío (ya lo habían intentado previamente durante la charla, a lo que me negué porque sabía que iba a tener al chamán detrás) y me empiezan a aplaudir. Durante un minuto.
Y entonces me preparé. «Van a por mí», pensé. «Todo forma parte del plan de este mago negro para subyugarme y que acepte el rapapolvo que me quieren meter». Igualito que en el Buda’s Factory: todas las sectas utilizan uno de los principios persuasivos de Cialdini que reza que el ser humano trata de corresponder a aquel que te ayuda (en este caso, te adula). Pero es que encima ellos me llevaban al hotel… y al día siguiente a Sevilla…
[Estoy relatando los hechos desde lo que Castaneda llamaba «la primera atención», es decir, «mi primera atención o conciencia», con la segunda, yo ya sabía lo que iba a suceder y tenía muy claro que me iba a quedar solo en la playa, y me tendría que buscar hotel en Cádiz y volverme por mi cuenta a Sevilla].
Así que acaban los aplausos y toma la palabra el chamán, el ex heavy que es el que había organizado todo esto, y comienza diciendo que «todos están disgustados por los cuatro cortes que les he metido durante la charla».
Imaginaos: veinte lobos contra uno. Desde la conciencia de grupo que ha generado, sus extravagantes prácticas forman parte del ser de cada uno de ellos y, por tanto, no entrar en ese juego, supone rechazar su ser, ofenderles, humillarles: todo psicópata considera que la víctima de sus ataques es en realidad el agresor. De esa forma consiguen acabar con su resistencia, doblegarlo: aceptando que eres el malo, haciéndote sentir culpable. ¿Os acordáis de que en el Buda’s Factory había que hablar con los ojos cerrados y respirando por la boca?
Pues igual, pero con los detalles diferentes. Calcadas.
Obviamente, les contesto que a mí me han llamado para dar una charla pero que en el acuerdo no entraba que yo me debía dejar pegar ni seguir ningún ritual, a lo que el chamán, se pone en pie de guerra y empieza a chillarme:
-¡Yo te he estado escuchando durante dos horas y me he visto todos tus vídeos, ahora me tienes que escuchar tú a mí!
Viendo cómo se está poniendo la cosa, les pido, sereno, que abandonemos el asunto de la charla y vayamos a sus trabajos y su visión sobre el tema que nos ha reunido: la guerra de sexos.
Lo cual no le hace ninguna gracia y vuelve con el tema: «¡ahora te toca escucharme!!!.
«Es que si seguimos por ahí, vamos a acabar tarifando, y no merece la pena que acabemos enfadados», le contesto, todavía tranquilo.
Su estado ya se puede definir como de ira y se me pone a gritar como un poseso que soy un sionista, y un masón y no sé qué más, a lo cual respondo mandándolo a la mierda, levantándome y marchándome con el resto de personas que quedaban (familiares y amigos no adeptos a la secta), junto con los cuales, espero que terminen de parlamentar por ver si se ha calmado la cosa («ya verás como sí», me dicen los familiares, que se están dando cuenta de en donde se han metido sus allegados).
Ya de noche, el grupo se deshace y cada cual se va a su vehículo, y me voy quedando solo, como Calimero, e intento abordar a la chica que había quedado en llevarme, que me contesta airada: «tú nos has despreciado y ahora tú te buscas la vida para ir al hotel». «Pero qué hotel, ¿cómo se llama?». Y se va sin contestarme.
Las tres personas que me llevaron desde Sevilla a Cádiz (incluido mi interlocutor), ¡docentes de profesión!, gente seria, que hace unas horas eran fans de mi web, se han marchado sin despedirse. ¡Si sus familias supieran que hay un ser que dirige sus voluntades! ¡Si supieran que han renunciado a su voluntad y son sus esclavos!
Total: que tengo delante al chamán y nuestras miradas se cruzan e intento un último acercamiento (craso error o imprudencia), «entonces, ¿me vais a dejar tirado?: ¿para eso me habéis traído?».
Lo que siguió fue una corta conversación a unos centímetros de mi cara, plagada de improperios que podría haber acabado mal, por lo que decido que ya es suficiente y me largo, por el otro lado de la playa al que ellos caminan, con mi maletita con libros y la muda y el pijama para esta noche.
Y entonces, al verme solo en mitad de una playa desierta y extraña, me pongo a reír. A carcajadas.
Se ha repetido punto por punto el desafío al «macho alfa» que sucedió hace cinco años en Sevilla, con el Buda’s Factory: una serie de sabotajes destinados a desmoralizarme para después atacarme y obligarme a unirme a la secta. Tan claro que podría decir que hasta me lo he pasado bien previendo cómo venían las balas.
Pero hay una lectura mayor, más profunda, a todo esto. Una lectura que vengo sacando cuando me ocurren estas historias absurdas, y repetitivas, en mi vida. Están hechas para fortalecerte.
Llegan a mí cuando me tengo que reafirmar para algo que me está sucediendo. Ese es el código mediante el cual Dios opera en mi vida. Para eso están estas situaciones delirante/pruebas espirituales.
Algún día os contaré la «trastienda» de lo que han sido estos 15 años. Es todavía más divertido que lo que os cuento.
Es el código de la vida.
PD: He omitido el nombre de este señor porque, en el fondo, sé que no sabe que se ha convertido en un mago negro y al principio de sus prácticas tuvo buena intención, pero lo publicaré si recibo algún mensaje intimidatorio o amenazas por parte de sus correligionarios, incluyendo el email o el teléfono desde el que lo reciba.
Mi mensaje es que salgáis todos de aquellas sectas donde no se respete vuestro libre albedrío e individualidad. Maestros sí, sectas, no.
PD 2: Esa noche tuve una terrible pesadilla.
Se me apareció Irina Shayk en el sueño.
Estaba sentada entre el público a una de mis charlas (no era el mismo espacio pero es obvio relacionarla) y me miraba fijamente.
En un momento dado empecé a bajar la mirada y me di cuenta de que tenía las piernas abiertas y que se estaba levantando la falsa sin dejar de mirarme. No llevaba bragas, y me enseñaba el «chumino». Sí: la escena de «Instinto Básico».
Quería distraerme. ¡Una pesadilla! ¡Jajajaja!
PD 3: el vídeo no está disponible y no creo que lo suban.
PD 4. Entre los comentarios en mi web, me acabo de enterar que la gente pagó 5 euros por escucharme: ¡a mí no me dijeron nada!