Os vengo contando desde hace tiempo que los ejecutivos de TV están preocupadísimos por captar a un público (el de menos de 30 años) que han encontrado en otros chicos sus referentes: los conocidos como «youtubers». Os dije que el fenómeno ha crecido de una manera exponencial en los últimos dos años y aquí han llegado las consecuencias.
-Por un lado, se ha organizado una caza de brujas sobre el más destacado en España no desde el punto de vista de la cantidad (de suscriptores), pero sí de la calidad (el que se atreve a meterse en temas más polémicos como la política de género); Dallas Review. Los buitres, los envidiosos (y los pagados) se han tirado al cuello de un chico de 22 años porque ha tenido sexo… con chicas de 16. Pero hay algo más, claro está: uno, que ha sufrido en sus carnes esa persecución sabe que quieren callarle la boca a Dallas porque se ha hecho demasiado grande…
-A la semana de desencadenarse este feroz ataque, YouTube sale con una nueva política de emplazamiento de publicidad, que la paraliza si el vídeo tiene chistes verdes, lenguaje obsceno, odio… Es decir, cualquier cosa.
De lo que estamos hablando, ni más ni menos, es del lógico movimiento del sistema por paralizar un movimiento potencialmente incontrolable, como antes pasó con el rock, con el rap, el hippismo, el nacionalsocialismo, el anarquismo, los socialistas utópicos, etc, etc, etc.
Pero claro, esto es un arma de doble filo, y estos chicos que en realidad no tienen mucho que perder, ante la evidencia de que viven en un mundo en el que no existe la libertad de expresión (ni poder mantenerse económicamente en plena libertad), pueden acercarse al ámbito de la ciencia de la conspiración, y empezar a hablar de estos temas, lo que generaría un «roto» imposible de suturar por parte de los ingenieros sociales porque estamos hablando de chicos que mueven a millones de jóvenes.
Mucha atención a la reacción de los youtubers ante esta agresión.