De todas las grandes distopías de la historia de la ciencia ficción, era la última que faltaba por hacerse realidad.
Hace ya tiempo que todo el mundo tiene claro que Aldous Huxley nos avisó en «Un mundo feliz» de los planes de la élite para la supresión de la procreación natural (en la que el movimiento gay coopera con las técnicas de concepción in vitro); ya ni siquiera los medios oficiales tienen duda alguna de que el Big Brother es una realidad en este comienzo del siglo XXI tal y como lo predijo Orwell en «1984»; y los más despiertos tampoco dudan de que la fábula de los bomberos-pirómanos que secuestran el conocimiento de los libros ideada por Ray Bradbury en «Fahrenheit 451» es un retrato de la corrección política que nos gobierna.
Pero sin duda alguna, la más terrorífica de todas esas distopías, la más desasosegante, la más real y al mismo tiempo, la más increíble, es aquella historia en la que los simios se han convertido en los esclavizadores de la especie humana.
Creo que hasta el animalista más convencido (al que el titular de este artículo le parezca exagerado), reconocerá que la exigencia de que los animales tengan «derechos humanos» es, en la práctica, la imposición de una igualdad entre dos especies de la naturaleza eminentemente diferentes (y por tanto, una aberración).
Ahora bien: que con el terrorífico estado de esclavitud -ahogado por las deudas- en el que vive el ser humano actual; con la falta de libertad evidente con el que el sistema de control ahoga al humano; con la cantidad de seres que no se pueden desarrollar ni vivir, ni tener hijos por culpa de la crisis manufacturada; y sobre todo, ¡con las decenas de miles de niños que desaparecen en el mundo sin que nadie haga nada!; en resumen, que con el pavoroso horror en el que vive el humano actual, haya 200.000 españoles que voten a un partido que se dice «animalista» (o sea, que pretende subliminalmente animalizar al ser humano), sólo se puede calificar de una manera.
TRAICIÓN. Traición a la especie humana y colaboracionistas con los orangutanes que nos gobiernan.
Os pongáis como os pongáis, el partido animalista es parte de la agenda del Nuevo Orden Mundial para poner en práctica «El Planeta de los Simios» y que sea gobernado por los orangutanes… y por estos chimpancés inteligentes (y colaboracionistas) que son los animalistas. Y que conste que lo dice alguien que adora a los animales pero no hay que confundirse: dividir el Bien en pequeñas causas es abogar por el Mal porque el Bien reside, precisamente en la unión en el Bien. Los problemas se resuelven desde lo prioritario, y a partir de ahí, lo secundario: hacerlo al revés es asegurarte de que todo irá mal.
PD: Bajo a la calle a tomar un café antes de escribir este artículo y me encuentro con esta pegatina titulada «curva tu ego» que explica, precisamente, lo que estoy diciendo. Al «curvar nuestro yo» (por el peso de la culpa), perdemos nuestra dignidad humana y caminamos como chimpancés, que es como caminan muchos modernos hoy día.