A Tom Wolfe siempre hay que leerlo con atención porque probablemente sea el mejor cronista de la historia de la segunda mitad del siglo XX (norteamericano). Cualquiera que haya leído «Gaseosa de ácido eléctrico», sabrá que él estuvo DENTRO del autobús lisérgico que dio inicio a la era de la psicodélica, y con «La casa de la bomba» describió a los surferos cuando los mismísimos Beach Boys se convertían en leyenda.
Por eso, cuando alguien me recomendó su libro «La palabra pintada» en los comentarios a mi vídeo sobre la mentira del arte moderno, corrí a buscarlo. Y no me ha decepcionado: el título hace referencia a que el valor del cuadro ya no se mide por la calidad de su pintura… sino por la explicación que viene aparejada para venderlo como una obra de arte («El traje nuevo del emperador»).
Nos encontramos ante un librito (muy cortito) fundamental para entender el engaño de las vanguardias del arte moderno, consistentes en unos grupitos de intelectuales que dicen pintar, dirigidos a su vez por unos supuestos críticos de arte con acceso a The New York Times y las fortunas que compran arte y, a su vez, dicen lo que es arte moderno… y lo que no.
Y, más allá de los De Kooning, Rothko, Warhol, Pollock y demás, nos encontramos con los que tres que dirigieron el cotarro en esta época reciente en la que el arte se convirtió en un auténtico basurero: Clement Greenberg, Harold Rosenberg y Leo Steinberg.
Estos tres «teóricos del arte» (seguidores de Adorno y su escuela de Frankfurt, por supuesto) tienen una característica en común: eran judíos. (Y según Wolfe, también gays todos ellos).