Los primeros textos del joven Carlos Marx son algunos de los libros más buscados (y más difíciles de encontrar). Tras publicar El Capital, esos escritos desaparecieron misteriosamente, y han dado lugar a ávidas búsquedas, como la del investigador Murray Rothbard, que encontró este poema satánico del joven Marx.
“Mira esta espada: me la vendió el Príncipe de las Tinieblas,
porque él marca el tiempo y traza los signos.
Con furia creciente tocó la danza de la muerte…”
Robert Payne, en su biografía del autor de El Capital, había sacado ya a la luz algunos alucinantes textos del joven Marx como Oulanem o El Violinista. La inquietante novedad de la tesis del libro de Wurmbrand fue descubrir que probablemente Marx jamás abandonó sus lazos con el satanismo.
“Mira esta espada: me la vendió el Príncipe de las Tinieblas,
porque él marca el tiempo y traza los signos.
Con furia creciente toco la danza de la muerte…”
En su tragedia «Oulanem», que literalmente significa Anticristo (las letras de Manuelo –el Salvador, el Cristo– puestas en orden inverso) Marx habla por voz de su protagonista:
“¡Destruido! ¡Destruido! ¡Mi tiempo ha terminado!
Pronto estrecharé a la eternidad en mis brazos y pronto proferiré gigantescas maldiciones contra la humanidad. ¡Ah! ¡La eternidad! Es nuestro eterno dolor, indescriptible e inconmensurable muerte, vil artificialidad para burlarnos a nosotros (…)
Ahora aparece un hombre, dos piernas y un corazón, con poder para pronunciar maldiciones vivas. ¡Ah, tengo que atarme a una rueda de llamas y bailar gozoso en el círculo de la eternidad! Si existe Algo que devora, saltaré a su interior, aunque destruya el mundo…
Destrozaré con permanentes maldiciones, el Mundo que se interpone entre mí y el Abismo. Rodearé con mis brazos su dura realidad: Al abrazarme, el mundo morirá sin un quejido, y se hundirá en la nada más absoluta. Muerto, sin existencia… ¡eso sería realmente vivir!(…)
A los 18 años escribió los siguientes versos.
«Nosotros somos los simios de un Dios indiferente. Y no obstante mantenemos muy cálida a la víbora con absurdo esfuerzo, en el abierto regazo del amor, que trata de alcanzar la Imagen Universal ¡y se ríe de nosotros desde las alturas!”.
Tiempo después, escribe:
“He perdido el cielo,
ahora con seguridad.
Mi alma una vez fiel a Dios
ahora va seguramente directa al infierno”.
La hija de Marx, Eleonora, contó que su padre solía relatarle un cuento de un tal Hans Rekle. Como se relata en este artículo de Libertad Digital:
Una historia que se prolongaba interminablemente durante meses y parecía no tener final. Hans Rekle era un mago, propietario de una tienda de juguetes, cargado de deudas. Pese a ser un mago andaba constantemente necesitado de dinero. Tanto que se veía obligado a ir vendiendo sus preciosos juguetes, uno por uno, al diablo. Eleanora cuenta que eran historias tan terribles y realistas que a menudo ponían la piel de gallina.
Tengo en mi poder un libro titulado «Marx and Satan«.