Que te puedan asesinar por llevar unos tirantes con los colores de la bandera de tu país es una locura que sólo puede suceder en España. Que el que lo haga sea un extranjero que debería, por tanto, agradecer al país que le acogió y en cambio lo odia, le deja a uno sin palabras. Pero que el asesino, además, sea nieto de un almirante chileno pinochetista, es decir, un facha, ya es terreno para el psicoanálisis. Porque la madre del psicópata de la ultraizquierda es hija de militar, de un almirante de la junta de Pinochet.
Y ahí es donde entra el psicoanálisis, por supuesto, porque un joven con los valores humanos tan pervertidos se explica mediante la neurosis de la madre; la tal Marina que consiguió fondos para explicar al mundo lo inocente que era su hijo cuando le condenaron por dejar tetrapléjico al que tiró una maceta.
Evidentemente, la madre padece un odio a su padre, y un complejo de culpa por pertenecer al bando de los malos, que ha inoculado en su hijo y lo ha vuelto un psicópata: al matar a un facha el justiciero Diego Lanza se revuelve contra la memoria de su abuelo, en una perfecta metáfora de la máxima freudiana de «matar al padre». Es decir, ha hecho realidad los sueños de su madre, Marina, que es la verdadera inductora -espiritual- de este crimen.
Ella ha sido la que ha inculcado el odio en su hijo; si el psicoanálisis fuera aceptado por la justicia, su madre también debería ser juzgada.