La horrenda muerte del pequeño Gabriel ha hecho saltar por los aires el discurso feminista de la bondad intrínseca de la mujer; tan grande ha sido su pánico, que dos de sus guardianes, el «periodisto» Nacho Escolar y la escritora Lucía Etxebarría, han salido a defender a la asesina, lo que ha dejado a la izquierda en una situación de inmoralidad tal, que con un pequeño «golpe» (y a pesar del bombo dado a la huelga feminista) caerán definitivamente.
Seguidamente, os voy a dar unas sencillas claves para que los debates que mantenéis por medios telemáticos o en persona, redunden en la demolición del absurdo y perverso relato que ha legimitado la emisión de leyes contra natura y que generan la guerra interna entre los seres humanos.
Lo primero que tienes que saber es que el debate lo gana el que se mantiene por encima del otro, tanto moral como en las formas, por lo que nunca debes entrar en la provocación ni en el insulto. Si manejas los conceptos y apoyas el Bien, la actitud adecuada en todo momento ha de ser la elegancia, mientras golpeas (con argumentos sólidos y coherentes) al oponente pero sin dejar de bailar, de sonreír, al estilo de lo que hacía el boxeador Mohamad Alí.
En el punto en el que nos encontramos ahora mismo tres son los «memes» que debemos machacar hasta que cambien el relato, la narrativa actual: paranoia colectiva (o su hermana pequeña, «histeria colectiva»), síndrome de Estocolmo (social) y la Batalla entre el Bien y el Mal en lugar de la guerra entre hombres y mujeres.
Como decía un poco más arriba, en los últimos meses el relato sobre el que se sustenta la división de la sociedad actual (que la vida humana es una batalla entre hombres y mujeres; patriarcado versus matriarcado) está saltando por los aires en España cuando la prohibición de informar sobre asesinatos cometidos por mujeres está cayendo: lo vimos con el caso de la guardia urbana de Barcelona y ahora, con la asesina del niño Gabriel. ¿Dónde queda la supuesta unión de las mujeres contra los hombres cuando una mujer mata al hijo de otra por celos sobre el padre de la criatura? ¿Dónde está esa supuesta unidad de acción cuando se enfrentan Angela Merkel y Theresa May como líderes de los y las alemanes e ingleses, cuando pelean Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores Cospedal por el liderazgo en el PP, cuando Anna Gabriel y Marta Rovira insultan a Inés Arrimadas? ¡Es evidente que hombres y mujeres operan en bandos enfrentados pero no entre sí sino en función de otros valores y creencias que no son el sexo!
¿Alguna feminista puede contestar a esta gigantesca contradicción? No, por supuesto, porque el relato feminista opera únicamente en el imaginario mítico y de la fantasía, no en el de la realidad; por eso las expresiones que hoy hay que utilizar, sin miedo, son PARANOIA COLECTIVA E HISTERIA COLECTIVA porque eso, y no otro, es lo que estamos viviendo, una paranoia creada a través de la manipulación de las estadísticas y las noticias sesgadas.
Ahí es cuando salís con el Síndrome de Estocolmo, explicando a vuestro oponente que lo que está padeciendo es una identificación con los valores de su esclavizador, aquel que le tiene secuestrado, un argumento fácilmente comprensible para el varón feminista, pero que también es aplicable a la mujer feminista, pues la ideología que ha incorporado es que la impide tener pareja, volviéndola histérica y en muchos casos, esquizofrénica (su Yo verdadero quiere vivir el amor pero el programa que le han inoculado sabotea sus relaciones).
Pero, siendo importantes los zascas que os acabo de proporcionar, no es el más importante porque la narrativa de una guerra entre hombre y mujer como motor de la historia que se ha acabado sustituyendo la del Bien contra el Mal es FACILÍSIMENTE DESMONTABLE porque, en realidad, y pese a que los relativistas nieguen la existencia del bien y del mal, la batalla entre Patriarcado (como el Mal) y el Matriarcado (como el Bien), evidentemente lleva implícita la existencia del bien y del mal, porque de lo contrario no se tildaría a la virilidad como el origen de todos los males.
Y la manera en la que esta discusión queda completamente terminada (y con nuestro oponente mordiendo el polvo) es reconocer que, por su propia esencia, la existencia de una batalla entre el Bien y el Mal está por encima (es superior moralmente) y contiene la supuesta lucha de sexos porque dentro de la Batalla entre el Bien y el Mal tienen acomodo los hombres y mujeres buenos y los hombres y mujeres malos. Es decir, que hace Justicia. Y quien niegue esto, está a favor del Mal, y si está a favor del Mal, entonces ha perdido la capacidad moral para erigirse en defensor de ninguna justicia, con lo que está K.O. en este debate.
Llegados a este punto (final) de la discusión, vuestro oponente, en un arrebato o pataleta probablemente os insultará, os dirá «te crees que lo sabes todo», «tienes mucho ego» o te llamará «cuñado».
Bien, pues dicho esto, dejadle con la última palabra, con el gusto de que os ha insultado y no habéis acudido a la provocación. Forma parte del duelo. Vosotros ya habéis hecho vuestra función. Está K.O. y debe entrar en crisis.
Si durante el resto del año machacáis estos argumentos, el enemigo quedará moralmente derrotado.