Hace ya mucho tiempo que me di cuenta que Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, es (con el permiso de Woody Allen) el mayor farsante del siglo XX. Pese a ello, y dado que el documental sobre su gira de 1974 lleva la firma de Martin Scorsese -que, además de gran cineasta, ha hecho tres fabulosos documentales sobre música: el del festival de Woodstock, el excelente sobre la vida George Harrison y el último concierto de The Band, la banda de acompañamiento de Dylan, precisamente-, me puse a verlo.
En los primeros minutos, me aburrió bastante: el farsante conocido como Bob Dylan es un personaje sin alma, que no mira a los ojos y que transmite cero humanidad. Si aguanté esos soporíferos minutos, llenos de rockero narcisismo, es porque en esa troupe tan similar al mítico «Autobús del ácido lisérgico» de Ken Kesey 1964 que dio origen al hippismo, veía que podía esconderse alguna ingeniería social. ¿A qué cuento, sino, Dylan vuelve a llamar a su «braguetazo musical» Joan Báez, a la que mandó a freír espárragos una vez que consiguió encumbrarse a la fama? ¿Qué pintaba el arquitecto del movimiento gay y fundador de la AMBLA, asociación por la legalización de la pederastia, el trasnochado poeta de la generación beat, el también judío Allen Ginsberg?
Dylan lo dice bien claro al principio: no sabe porqué se hizo esa gira, sólo recuerda que «eligieron el nombre por una connotación indígena» (aunque el productor dice que fue por un trueno que sonó cuando lo estaban decidiendo, y tampoco sabe qué iban buscando «salvo, conectar con la América profunda»).
Para refrescarnos a todos la memoria, Dylan se retiró de la escena musical mediante un muy discutible accidente de moto cuya recuperación le duró supuestamente 7 años justo en el momento en el que la droga y el satanismo entraban en el movimiento hippie, 1966, y reapareció el año antes de esta gira, cuando ya los hippies comenzaba a estar pasados de moda y llegaba el glam y el heavy metal.
El farsante judío aduce en la entrevista actual que enhebra el relato que «el sentido de la vida reside en crearse a uno mismo constantemente», muy en la línea de Madonna, y tampoco logra explicar porqué se pintaba la cara, aunque hay una escena (que seguro que se hará muy famosa) en la que nos enteramos de que la actriz Sharon Stone fue a uno de sus conciertos con su madre siendo una adolescente, vestida con una camiseta de Kiss (cuyo líder era el novio de la enigmática violinista de Dylan) y ligó con el cantante. Pocos meses después, la jovencísima modelo Sharon Stone (con tan sólo 19 años) se encontraría con Dylan y éste le propuso unirse a la gira en calidad de «no se sabe qué»; os podéis imaginar el porqué. En definitiva, el glam era lo que se llevaba, y Dylan se apuntó a la moda.
A lo largo de la gira, se iban subiendo al carro estrellas como Joni Mitchell o Ramblin Jack que, curiosamente y a pesar de ir de folkie auténtico, ¡era hijo de un dentista judío! Y no es el único. A poco que uno sepa de filología, se dará cuenta de que los mánagers y los directores de la compañía también lo eran, y de esa manera, podemos entender el sentido final de este «Rolling Thunder Revue» que fue un auténtico prolegómeno del fenómeno de «Las músicas del mundo» y cuyo mensaje político fue «en contra del hombre blanco» ¡protagonizada por hombres blancos! Una contradicción de la que hasta el propio Scorsese se da cuenta, pero no logra explicar porque la clave reside en que son judíos quienes, como siempre, tratan de echar la culpa a los blancos cristianos de las perrerías que ellos cometen, anticipándose a todo lo que vendría después.
Capítulo aparte merece la historia detrás de la excelente canción «Hurricane», dedicada a un boxeador negro condenado por varios asesinatos y al que Dylan contribuyó a indultar, gracias a su influjo sobre el presidente Jimmy Carter (¡ejercía una fascinación tremenda sobre los políticos!). El propio boxeador inspiración de la canción «Hurricane» reconoce que a Dylan no le importaba una mierda que fuera o no culpable, cuando fue a verle a la cárcel sino vivir la experiencia de conocerle; por cierto, ¿alguien me puede explicar cómo es posible que le dejaran tocar en la cárcel? ¿Es que Dylan tenía licencia para cualquier cosa en aquella época? Mosqueado como uno anda con las «causas» de Dylan convertidas en himnos-protesta, anoche me puse a investigar al citado personaje, Rubin «Hurricane» Carter, y, como esperaba, todo fue un timo: en realidad si mató a varias personas en un bar. Por tanto, creo que habría que revisar la legimitidad de todas las canciones que Dylan escribió a supuestas víctimas de la justicia porque es muy posible que todo fuera al revés: que realmente fueran culpables y Dylan hizo esas canciones «como encargo» por parte de los mismos conspiadores. (Como casi siempre, Hollywood hizo una película sobre el tal «Huracán» hace poco para construir un relato alternativo a la realidad).
A lo largo de las dos horas y pico de metraje, uno repara en que, por un lado, la gira Rolling Thunder Revue fue un auténtico fracaso porque, al contrario de lo planeado, se dirigió a pequeños auditorios de la América profunda, no consiguiendo recuperar el dinero. Y, por otro, que Dylan no parece preocupado en ningún momento por el asunto monetario, cosa que viniendo de un judío es un «oxímoron» en sí mismo, como si el propósito fuera otro: la ingeniería social antes comentada.
Capítulo aparte merece la relación entre Dylan y Báez, que se reencuentran tras su pasado noviazgo, conversando en algún momento sobre sus respectivos matrimonios. En la mirada de la hispana se nota que Báez continúa no sólo fascinada sino enamorada del farsante mientras que éste parece haberla utilizado porque sabe que aquella relación de pareja «ideal» conecta con la gente (escuchad lo que les grita los fans). Dylan sabe cómo conectar con el incosciente y bien que lo hace, pero Báez parece que empieza a despertar sobre la verdadera naturaleza de su ídolo/amor y, en un momento dado, se pinta la cara como Dylan y le toma el sombrero para imitarle y reírse de él.
Un año después de esta gira, Báez publicaría el excelente retrato de Dylan «Diamonds and rust», con la que desmitifica al traidor que no fue, ni más ni menos, que un ingeniero social al servicio de la sinagoga de Satanás.
Más abajo, os dejo una muestra de cómo mi admirada Joan Báez (¡escuchad alguna de sus recopilaciones: es genial!) imitaba la manera de cantar de Dylan. Hasta el minuto 1 canta con su preciosa voz y luego se pone a imitar a Dylan. Lástima que la hispanonorteamericana no me concediera la entrevista que le pedí, el año pasado, cuando tocó a escasos doscientos metros de mi casa: ¡le hubiera preguntado sobre su canción acerca del MK Ultra! (Más información en mi libro «El Asesinato de la Música», que podéis adquirir en rafapal69@gmail.com).