Historia oculta — 20 diciembre, 2021 at 10:39 am

Crónica de los acontecimientos en la España visigoda que posibilitaron la invasión musulmana, por Chema

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El filósofo Chema ha escrito otra excepcional crónica histórica de lo que pasó en la España visigoda para que los musulmanes entraran en España en el año 711. Estupendamente escrita, en lo único en lo que no coincido es en que no considera lo hecho por los seguidores de Witiza como una «traición» sino como un «error de cálculo». Creo que Witiza sabía perfectamente que si les abría la puerta de España a los musulmanes ya no saldrían, porque de hecho habían conquistado en las décadas pasadas todo el Norte de África y es evidente su voluntad expansionista. De cualquier modo, comparto el escrito por su gran valor.

La monarquía visigoda se regía por normas del Derecho Romano y otras del Derecho consuetudinario de los pueblos germanos.
Cuando los visigodos se instalan en España los reyes eran elegidos por la Asamblea de nobles. Esa era la costumbre seguida y reglada también según los usos del Senado romano, adaptada a la idiosincrasia de los godos.
Pero no siempre se respetó el modo electivo. Algunas veces pasaba la corona a algún familiar próximo, después de muerto el titular; otras veces existía la figura del rey asociado al trono, es decir, un pariente que compartía el poder con el rey titular, de modo que al morir uno, quedaba el otro.
Estas prácticas generaban mucho malestar entre la aristocracia y los nobles visigodos, a tal punto de que, las luchas entre facciones rivales, los fraticidios y parricidios, las peleas y las guerras, las traiciones y las rebeliones, la inestabilidad política, fue lo habitual entre las élites visigodas en su lucha por el poder.
Cuando en el III Concilio de Toledo, en el 589, el rey Recaredo adopta el catolicismo como la religión oficial del Estado (aunque ya era la religión profesada por el pueblo), los obispos católicos y especialmente San Isidoro de Sevilla, se convierten en los garantes del orden institucional.
Por iniciativa de San Isidoro se celebra el IV Concilio de Toledo, en el 633, en el que se institucionaliza y consagra la monarquía electiva, frente a la hereditaria como fórmula de Estado.
La Iglesia se asegura la supervisión moral sobre la elección regia, añadiendo a la ceremonia de la coronación, la de la unción.
El rey, elegido por la asamblea de los hombres nobles y los obispos, pasa a ser el Ungido por Dios. La sacralidad de la realeza reforzaba con especial acento religioso la fidelidad de los súbditos hacia su rey; pero obligaba a la vez a este -de acuerdo con la doctrina de San Isidoro- a huir de todo despotismo y gobernar en consonancia con su condición de monarca cristiano.
Desde el 633, con la elección de Sisenando y el establecimiento de la fórmula electiva, en el IV Concilio de Toledo, la norma se respetó bajo supervisión de la Iglesia, durante la elección de los sucesivos reyes hasta el 672, con el reinado de Wamba, en el que las tensiones con el episcopado católico, y con algunos nobles, se hicieron manifiestas, debido a ciertas medidas controvertidas adoptadas por el rey.
El reinado de Wamba terminó súbitamente de resultas de una conspiración palatina, en el 680, encabezada por el conde Ervigio quien ocupó el trono.
El rey Wamba fue juzgado y se le retiró a un monasterio donde vivió todavía siete años.
A partir de ahí, el reino entró en declive.
Ervigio, promulga las 28 leyes antijudías y dicta normas de exención de ciertos impuestos a la nobleza y al clero.
Ervigio nombra, en el 687, al magnate Egica como sucesor al trono, frente a la posible candidatura de sus propios hijos, y obviando las disposiciones de la monarquía electiva.
El nuevo monarca promulga nuevas leyes antijudías aún más represivas y restrictivas. Con Egica la persecución a los judíos se acentuó y perpetuó..
Egica nombra como corregente en el trono a su propio hijo Witiza entre el 700 y 702.
Así comenzó en el 702 el reinado en solitario de Witiza, hasta la muerte de su padre en la que quedó como rey titular. Su reinado fue uno de los periodos más confusos y turbulentos del reino visigodo, ya en descomposición.
Las crónicas nos dan una visión diametralmente opuesta sobre el reinado de Witiza.
La historiografía asturiana, dos siglos después, intentando buscar las causas de «la pérdida de España» creen encontrarla en la vida licenciosa y costumbres escandalosas de Witiza. El rey habría impuesto su propio estilo de vida tanto al pueblo como a los eclesiásticos. Y tanto en la «Crónica franca de Moissac» como en la «Crónica Rotense» se nos dice que esa fue la causa del castigo divino por los pecados cometidos: «porque los reyes y los obispos abandonaron al Señor, todos los ejércitos de España perecieron».
Sin embargo, la «Crónica Mozárabe» no pretendió hacer teología de la historia, sino relatar hechos y aportar recuerdos cuya memoria estaba muy viva.
Para los mozárabes hispánicos del siglo VIII, el reinado de Witiza aparecía como unos «buenos tiempos» que recordaban con nostalgia desde el infortunio de la servidumbre islámica.
Para ellos, Witiza, aunque duro y petulante, fue sin embargo «clementísimo». Y en la Crónica Mozárabe se hace una relación de los actos de clemencia en comparación con el autoritarismo de su padre Egica.
La conclusión de la Crónica Mozárabe es que aquellos tiempos «toda España se sentía transida de alegría, confiada y desbordante de gozo»
Entre la apología y la diatriba se difumina la realidad histórica del reinado de Witiza, que contaría con 20 años al iniciar su reinado y apenas habría cumplido los 30 cuando falleció a principios del 710.
Con su muerte, el final de la España visigoda estaba cerca. Al morir deja tres hijos, Akhila, Olmundo y Ardabasto, muy jóvenes aún.
Pero el poderoso clan witizano, encabezado por Siberto y Oppa, hermanos del monarca difunto, pretendían retener el trono en el grupo familiar.
Este intento de sucesión dinástica en la descendencia del último rey no prosperó por la violenta oposición de una parte importante de la aristocracia visigótica.
Desde la elección de Wamba, 40 años antes, no se había vuelto a aplicar el procedimiento constitucional de designación del rey por elección.
Pero esta vez, el Senado visigodo, compuesto por magnates y obispos, se reunió en un clima apasionado y tumultuoso y aclamó como rey a Rodrigo, -duque de la Betica- emparentado con el linaje de Chindasvinto. El nuevo rey fue elevado al trono por la fuerza, pero con arreglo a derecho, y el clan Witiza pareció reconocer su autoridad.
Sin embargo los witizanos no se conformaron con su suerte, y por mediación de un enigmático personaje, -el conde don Julian-, gobernador de Ceuta y la región del Estrecho, y antiguo amigo de Witiza, entraron en relación con los vecinos jefes musulmanes.
Julián haría llegar a Tarik, valí de Tánger, y a su superior jerárquico Musa, valí de África, la petición de los witizanos de que los árabes intervinieran en España a favor de sus pretensiones políticas.
Tras una incursión exploratoria en el verano del 710 en la noche del 27 al 28 de Abril del 711 se realizó el desembarco de un ejército al mando de Tarik, compuesto en su mayor parte por bereberes. En la zona de Gibraltar, (nombre derivado de Gib al Tarik).
Rodrigo se encontraba en el otro extremo del reino, sitiando Pamplona, en plena campaña contra los vascones, o tal vez en la región del Ebro luchando contra Akhila.
Ante la noticia del desembarco islámico, Rodrigo interrumpió la campaña vascona y emprendió la marcha hacia el sur.
Tras los 7000 hombres que componían el primer contingente de Tarik fueron reforzados con otros 5000 enviados por Musa.
A orillas del río Guadalete chocaron los dos ejércitos.
Rodrigo había confiado el mando de las dos alas del ejército a los hijos de Witiza que en pleno combate abandonaron la lucha. Seguramente porque habrían participado de la conspiración de don Julián.
Rodrigo se vio solo luchando por el centro y sufrió una terrible derrota en la que perdió la vida. Era probablemente el 23 de Julio del 711.
Dice la «Crónica Rotense» que en Víseo, en Lusitania, cuando se reconquistó y repobló la ciudad, apareció una lápida con la inscripción «aquí yace don Rodrigo», el último rey de los Godos».
Esta fue la consecuencia de la llamada traición de los witizanos, aunque en realidad nunca tuvieron la intención de entregar el poder a los musulmanes, sino que fue un gravísimo error de cálculo por culpa de sus ambiciones política.
Su petición de ayuda extranjera ya tenía precedentes en el reino visigodo cuando Atanagildo y Hermenegildo pidieron ayuda a los bizantinos; y cuando Sisenando obtuvo la ayuda de los francos.
La equivocación de los witizanos fue no advertir la diferencia que había entre el Imperio bizantino o el reino merovingio, -cristianos- , y el Islam.
Este error provocó la «pérdida de España»
Derrotado don Rodrigo, Musa se olvida de las pretensiones de los witizanos y llega a la Península con un ejército de 18.000 hombres, cruza el estrecho y en pocos años conquista Sevilla, Mérida, Zaragoza, Barcelona, Tarragona, Gerona, Pamplona y l otras ciudades y los musulmanes fundan en Córdoba el Emirato dependiente de Damasco.
En el 722, en la batalla de Covadonga, don Pelayo inicia la resistencia y comienza el periodo de Reconquista.
En las zonas ocupadas por los árabes se dieron las conversiones masivas al Islam, no debidas a motivaciones religiosas, sino pragmáticas. Los musulmanes tenían acceso a puestos de la administración, y exención de impuestos. De los cristianos casados con musulmanes, matrimonios mixtos, sus hijos serían musulmanes por ley.
Así la población musulmana creció, mientras la hispana cristiana se divide en dos, los muladíes o cristianos convertidos al Islam, y los mozárabes, cristianos que mantuvieron su fe dentro de los territorios de al-Andalus.
En el 754 aparecen las primeras crónicas mozárabes de la conquista, de autor anónimo, en las que se describe, entre otras cosas, las diversas campañas de los gobernantes árabes, así como el tratamiento que dan a los pueblos y a las ciudades ocupados, los tributos que estos deben pagar y las penas que se imponen a los traidores.
Los musulmanes convertirían todas las iglesias visigodas en mezquitas, como la mezquita de Córdoba, levantada sobre la catedral visigoda de San Vicente.
Por lo tanto, se trató de una verdadera Conquista militar del los árabes, valiéndose de los bereberes, traicionando a los witizanos visigodos, que cometieron, si no traición, sí una sublevación y colusión con los musulmanes, por error de cálculo, y que trajo como consecuencia la ocupación ilegítima de la Península aprovechando el vacío de poder en el que estaba sumergido el reino visigodo.
Dicho esto, lo que inició Don Pelayo en Covadonga, 11 años después, fue una verdadera RECONQUISTA.