En estos días me he puesto a ver vídeos del ex sicario de Pablo Escobar, Popeye, y he contemplado cómo se está convirtiendo en una persona influyente no sólo en su país, Colombia, sino en toda Latinoamérica.
Me he puesto a pensar por qué me gusta escucharlo y creo que la razón de que a mí me caiga bien es la misma que para mucha otra gente.
Popeye es real. Es de verdad.
Puede que haya matado a centenares de personas pero se está atreviendo a denunciar la conspiración mundial con las palabras de un hombre de la calle: con el tono directo de un ser humano, tan diferente al de los atildados políticos.
Y eso es peligroso, porque está cambiando la manera de hablar de la gente sobre política. Está hablando directo.
Vamos a ver lo que nos dura vivo porque se está convirtiendo en un fenómeno social, tanto, que hasta el diario español El Mundo le dedica un artículo.
Atención a sus últimas entrevistas porque suelta tantas bombas como cuando era un bandido… pero ahora en forma de verdades incómodas.
Cuanto más famoso se haga, más dificultades tendrán para matarlo. La izquierda y la derecha dirigidas por el narco y el estado, entre otras muchas verdades.
