Como sabéis, me gusta jugar al ping pong, y recorro diferentes mesas callejeras de Madrid para jugar. Hay todo un mundo en esos parques, donde te encuentras con la realidad diaria, de las familias… y los niños.
En el parque Casino de Lavapiés hay tres mesas, disputadas entre los jugadores de ping pong y las familias «hippies-podemitas», que a falta de mesas adecuadas se suben encima y permiten que los niños echen arena sobre ellas y se suban sobre la «red» (metálica): una batalla diaria que hay conjugar, sabiendo que muchos de estos «indignados con la corrupción» han abjurado de decirles que no a sus hijos que respeten a los mayores. En definitiva: que no les han enseñado más valores que la tolerancia, y eso genera conflictos sociales porque no hay un Bien que nos unifique.
Hace como cosa de un año, llegué al parque para jugar con mi amigo Rashid, y había tres «niños preadolescentes» como de 13 o 14 años echando tierra encima de la mesa para luego dar saltos: ya sabéis, esa tribu que va pegando saltos por la ciudad y que no sé como se llama. Les dije que no se subieran ni echaran tierra porque iba a jugar con un amigo. Ni caso. [Era uno de esos días en que las noticias mundiales parece que lo van a mandar todo al carajo: un día de esos tensos para mí].
Se lo digo otra vez y parecen irse, y me pongo a leer un libro para amenizar la espera. Aprovechan mi «despiste» para volver a hacerlo, en un claro desafío y ya me encaro con ellos: el más alto me mira a los ojos como si no hubiera nada dentro de su alma, me dice que sí, y lo vuelve a hacer. La cosa fue pasando a mayores y estuve a punto de soltarle un guantazo, cosa que reprimí por la absurda situación moral en la que vivimos; que llegó al punto en el que un grupito de jovencitos podemitas (de 20 y tantos) gritaron para defender a la supuesta víctima del «mayor intolerante» (es decir, yo). El mundo al revés: la izquierda freudiana todo lo entiende al revés.
Yo creo que fue ese día cuando supe que le tenía que dar un duro correctivo a esta izquierda tramposa y sin valores (que se ha materializado en la serie de vídeos publicados recientemente), que ha perjudicado tanto a la convivencia.
Me quedé muy triste aquel día, pensando en que todo lo que he hecho por liberar a la Humanidad no ha servido ni para que respeten la convivencia, ni para que me respeten a mí mismo: «la humanidad está condenada, todo está perdido», pensé aquel día y me consolaba pensando que, algún día, cuando me haya muerto y ese niño fuera mayor sabría quién era la persona a la que le faltó al respeto…
Ayer, un año después, estaba jugando con mi amigo Rashid otra vez, y se acercó ese chico, cambiado, como no puede ser de otra forma porque ya aparentaba tener 15 años, y se dirige hacia mí, con respeto y llamándome de usted:
-Hola, quería saber si usted conoce a «Mundo Desconocido». Es que me gustan mucho sus vídeos y creo que usted le conoce.
-¿José Luis? Sí, hombre, hace mucho tiempo que no le veo -respondí sorprendido.
-Ah, es que a mí me gustaría conocerlo porque me gustan mucho sus vídeos.
-Ah, pues no sé si vendrá por Madrid y podrías ir a conocerlo -le dije. Creo que ahora está colaborando con Vicente Fuentes, que está enfermo (le dije para mantener la conversación). ¿Hace mucho que sigues esta información?
-Mucho tiempo: hace seis meses (me reí por dentro, por la diferente sensación temporal que tenía), gracias a él me he enterado del Nuevo Orden Mundial y la Conspiración.
Y entonces el chaval se acercó a mí y mientras me ofrecía su mano, me dijo algo así como:
-Quería pedirle perdón por lo del otro día.
Es curioso, porque en ningún momento dijo que hubiera visto mis vídeos y sólo hizo mención de José Luis Camacho, pero desde luego que me quedé epatado. Pocas cosas tan milagrosas me han sucedido en la vida de este tamaño: ¡como si lo hubiera soñado! ¡El chico ha despertado a la conspiración! (Y, de alguna manera, debía conocer mi trabajo porque si no, no se habría dirigido a mí para preguntarme por José Luis).
Y ya que estamos con anécdotas «rafapalianas», os cuento otra que seguro que enternecerá a las mujeres porque tiene su «aquel».
Otro día, pero por la misma época de la que acabo de relatar del año pasado, llegué a las pistas de ping pong de arriba (donde por cierto «para» el actor podemita Alberto San Juan), me encuentro a los padres y los niños encima de una de las mesas. Aunque para ser sincero sabía que es una batalla perdida pero era uno de esos días que «el cuerpo me pide guerra» [el reseteo se aleja] y me encaré con los cinco o seis padres que permiten que los niños fastidien la mesa de ping pong, que es de todos.
Después de pedirles educadamente que se bajaran de la mesa y que no me hicieran el menor caso, pasé al ataque de la falta de valores de esta izquierda que va de «indignada» y «superior moral». Dado que mi estética es como la suya, es imposible que me pudieran encuadrar en ninguna opción política, y por lo tanto se quedaron sin palabras (es un igual el que se le estaba enfrentando). Por supuesto, sé cuál es su punto flaco.
-Bien que habláis de la corrupción de los políticos y cómo malversan los bienes públicos y vosotros hacéis lo mismo con los bienes de todos. No respetáis ni enseñáis a vuestros hijos a respetar lo que es de todos.
-Anda, «cuñao»* (creo que me dijeron), déjanos en paz.
-Sí, eso es: tenéis todo el derecho a perjudicar la convivencia con vuestro egoísmo y vuestra falta de valores (creo que les dije), pasáis de educar a vuestros hijos: no sabéis decirles que no.
En fin, es un pequeño resumen de lo que pasó, pero hubo bastantes palabras en tono de voz alto (sin llegar a los insultos): nos tuvimos que ir a otra mesa de ping pong, pero al poco rato, una educadora social que trabaja con niños inmigrantes me vino a darme la razón.
-Oye, es verdad lo que dices: los hijos de esos padres tiran arena a los otros niños y los padres no les reprenden.
Bueno, por lo menos hay un poquito de justicia…
En fin, el caso es que unas semanas después de este asunto, estaba jugando con Rashid nuevamente y teníamos correteando alrededor de la mesa a una niña de tres años con el pelo rizado, graciosísima, que se ponía como loca cada vez que recogía la pelota del suelo y nos la traía, emocionada (¡los niños se ponen felices con cosas como ésa!!). La niña es lo que las mujeres llamaríais una «monada» y estaba en esa edad que ya va hablando cada vez mejor pero no se le entiende todo. Le pregunté como se llamaba y me dijo:
-Lalaela.
Como el pelo que tenía era de mora (y hay tantos magrebíes en el barrio), pensé que era marroquí; le dije varios nombres pero no acertaba y la niña seguía diciendo algo indescifrable, hasta que llegó el padre.
-Venga, que nos vamos, RAFAELA.
¡Se llamaba igual que yo!
El padre era uno de los que se habían enfrentado conmigo el otro día.
La niña era una de las que estaban sobre la mesa el otro día.
La interpretación espiritual esotérica la dejo a vuestro entender pero a mí me parece clara: la niña vino a «compensar» el daño moral que había recibido y a tender un puente entre los padres y yo.
Yo lo llamo milagros.
Por cosas como éstas sé que Dios existe.
*»Cuñao» (cuñado) es la nueva palabra que la izquierda se ha inventado, tras «magufo», para denigrar a los conspirólogos. Viene del «cuñado» que les calla la boca con argumentos en las comidas familiares, obviamente.