Mucha pero que mucha atención a este artículo de Voz Populi porque quien habla es, nada más y nada menos, que quien fue dirigente del Partido Popular en Cataluña durante largos años, y aquí revela el sabotaje del PP y PSOE para alentar el separatismo; es decir, la conspiración ¿masónica?
«Habrá de reconocerse que luchar contra un enemigo tan formidable, motivado y pertinaz como el tribalismo fanático es una tarea ingente que, si va acompañada del permanente sabotaje de los que -por lo menos teóricamente- están situados en tu mismo bando, deviene imposible por titánica«.
El artículo tiene unos tintes irónicos muy graciosos, como cuando recuerda el título de una narcisista canción de Lluís Llach («soy de aquí») y responde «¿y qué?».
Copio los tres últimos párrafos porque son de los más atinados al explicar el aspecto psicológico-narcisista del separatismo.
«Mi conclusión es que la obsesión narcisista que constituye la base movilizadora del nacionalismo de identidad es tan potente para ganar adhesiones acríticas porque apela a instintos muy arraigados y profundos en la evolución que ha dado lugar a nuestra especie: el instinto territorial, el instinto grupal y el rechazo preventivo al extraño y diferente. Nuestros antepasados prehistóricos guardaban celosamente el reducido hábitat que les proporcionaba el sustento, se sentían totalmente inmersos en la pequeña colectividad homogénea que les aseguraba protección, calor, alimento y acceso a las funciones reproductoras, y reaccionaban con automática hostilidad si aparecía en el horizonte un humano de otro clan y no digamos de otra morfología. Todas estas pulsiones sepultadas en nuestra arqueología cerebral operan con asombrosa eficacia debidamente manipuladas por los demagogos nacionalistas. Por eso hace tiempo definí el nacionalismo como la utilización racional de lo irracional al servicio de la conquista del poder político. Cuando en las grandes concentraciones de los que anhelan un estado propio para su tinglado localista se agitan banderas, se derraman lágrimas al son de las melodías rituales, se queman fotografías del Rey como sustitución simbólica de su eliminación física, se profieren injuriosas consignas contra el imaginario enemigo centralista y se exhiben pancartas con eslóganes directamente dirigidos al sistema límbico, no puedo evitar ver a una horda de neandertales emitiendo sonidos guturales en las inmensidades heladas del Pleistoceno.
Un movimiento político de naturaleza tan dañina ha de ser derrotado en democracia mediante el sometimiento despiadado de sus postulados y de sus consecuencias al análisis objetivo riesgo-beneficio, combinado con el recurso a emociones, instintos y sentimientos que, a diferencia de los que inspiran al nacionalismo, despierten los registros más nobles, altruistas y benéficos que todo hombre y toda mujer alberga en sus circuitos neuronales.
La patología identitaria ha de ser curada con la razón, pero no sólo con la razón, como pretende el Gobierno isotérmico que disfrutamos. Hay que descender sin temor a los abismos tenebrosos y húmedos de los que se alimenta su épica impregnada de odio para iluminarlos con el fulgor de lo que nos hace humanos, la capacidad de individualizarnos sin olvidar que vamos todos en un mismo barco, cuya boga en común es indispensable para convivir en paz, armonía, orden y bienestar«.