Como se temían los críticos en Izquierda Unida y el PCE, la «operación» Alberto Garzón (y Tania Sánchez, y Pablo Iglesias y Olmo e Irena Montera) ha resultado ser un movimiento, por un lado, para disolver el partido fundado por Julio Anguita y, por otro, para hacerse con el control de los movimientos sociales creados a partir del 15-M.
Pero este maquiavélico movimiento para que el Sistema impidiera que emergiera una disidencia fuera de la dicotomía izquierda/derecha se les va a volver en contra cual boomerang, pues Podemos es, a su vez, un partido en vías de disolución, pues las endebles uniones en las que se fundó están empezando a estallar: los trotskystas anticapitalistas, por un lado, y los socialdemócratas de Errejón, por otro.
O sea, que al final la izquierda, con su torticera estrategia para matar una rebelión real, se está cavando (se ha cavado ya) su propia tumba; Izquierda Unida quería controlar el 15-M y al final, el 15-M (Podemos) ha acabado con ella.