Con la obligatoriedad de la vacunación como caballo de batalla, un país tan devastado por la crisis y la ideología de género como Argentina actualmente está librando el último cuestionamiento del poder establecido en este convulso siglo XXI: la verdad procedente del estamento médico.
Como es ya norma de toda ingeniería social, lo primero es conocer cómo sucedió el brote de «hantavirus». Si hace unos días conocíamos que esa cepa ese calificada como «guerra biológica» por el propio CDC norteamericano, ahora conocemos los vínculos de la empresa que firmó el convenio con el gobierno argentino para tratar ese virus… con el propio CDC. Los apellidos de los fundadores de la empresa citada delatan la procedencia de la conspiración, un clarísimo ejemplo de ataque de bandera falsa, como el del niño Julen en el pozo, por otra parte: objetivo, acabar con el agua libre.
Al tiempo que todo esto sucede, la médico colaboradora de TLV1, Chida Brandolino, se está erigiendo en la persona a seguir y, como no podía ser de otra forma, está siendo atacada por los medios. Recientemente, ha explicado con todo lujo de detalles cómo las vacunas actúan sobre la progesterona, impidiendo el normal desarrollo del feto y provocando abortos.
Como digo, nos encontramos ante el comienzo de una gran batalla, la última que nos queda, y no es una cuestión argentina, sino humana: el derecho inalienable del ser humano a autogestionar nuestra salud. Pero para ello, hay que atreverse a cuestionar al último gran sacerdote: el estamento médico.