La asunción por parte de la OMS de la conspiración de las hormonas feminizantes en los plásticos y cosméticos supone el principio del final de esa ingeniería social que fue el «hombre femenino». Un invento que ha castrado al varón y ha impulsado a las mujeres a elegir hombres femeninos, que les permitan, a su vez, ejercer el rol masculino.
A comienzos de los años noventa las revistas Elle, Cosmopolitan, Telva, Vogue y Marie Claire comenzaron a promocionar al «hombre femenino» como la solución a las relaciones de pareja. Un hombre depilado, trabajado cosméticamente y lánguido, sin carácter, sin testosterona.
La Nueva Mujer debía buscar a un hombre tan femenino como ella en la creencia (falaz) de que así la entendería mucho mejor y dejarían de haber problemas de comunicación. Fue así cómo, en España, se promocionaron a hombres como Miguel Bosé, José María Mendiluce, Jesús Vázquez, Antonio Canales, Ricky Martin y Nacho Duato, entre otros, como los nuevos objetos de deseo. Todos ellos, resultaron ser homosexuales.
A lo largo de estos últimos años me han contado, directa o indirectamente, una decena de casos similares: mujeres que descubren que su marido (o pareja) la estaba engañando… con otro hombre.
Es un golpe fuerte y, cuando te lo cuentan, uno se queda con poca capacidad de respuesta. Sé que esto es mucho más común de lo que mucha gente pensaría.
La cuestión se puede abordar desde diferentes puntos de vista y todos ellos son válidos y sumatorios, pero el más interesante es el igualitario.
Durante los últimos 30 años nos sometieron a un tremendo lavado de cerebro a través del valor de la igualdad, como si fuera la panacea para todos los problemas: «cuanto más iguales, más paz habrá». Esto es verdad en lo tocante al aspecto legal y económico pero rotundamente falso cuando hablamos de igualar a aquello que, NATURALMENTE, es diferente.
Si igualas algo que es diferente, lo estás pervirtiendo, estás trastocando su naturaleza y, tarde o temprano, lo acabarás pagando, porque la naturaleza devuelve todo a su orden natural (piensa en los terremotos, sin ir más lejos). La Paz llega cuando se respeta la Naturaleza de las cosas (y los seres); paradójicamente, la paz entre hombre y mujer se conseguirá cuando nos desprogramen de ideologías y nos dejen vivir como realmente somos: en la diferencia del yin y el yang está la clave de su mágica armonía.
A finales del siglo XX nos hicieron creer en la IGUALDAD fanáticamente. Creyendo que si hombre y mujer se convertían en completamente iguales (en este caso, suprimiendo sus roles masculino-femenino) se conseguiría la paz y la felicidad. De esta manera, la progresiva masculinización de la mujer dio pie a una consecuente feminización del hombre, cuyo modelo ejemplar fue Woody Allen; el hombre que liga dando pena, dando lástima. Muchas mujeres modernas cayeron en la trampa del sentimentalismo de algunos hombres muy listos y acabaron enganchándose a varones que, en lugar de brindar apoyo emocional, se acabaron convirtiendo en sus hermanos pequeños o… en sus hijos.
Los roles cambiados.
Algunas se dieron cuenta a tiempo y acabaron buscando hombres masculinos pero otras, como las reseñadas, acabaron viendo cómo sus maridos se volvían… maricones.
Es fuerte admitirlo pero, si lo piensas desde un punto de vista psico-sociológico, es tremendamente lógico.
La realidad es que si hombre y mujer son igual de femeninos (o masculinos) acabarán compitiendo por cada uno de los roles, como pasa en las parejas homosexuales, que son mucho más violentas que las heterosexuales, por cierto. Si la mujer se queda con el rol masculino en la pareja, el hombre tendrá que quedarse con el femenino, lo que acabará empujándolo a la homosexualidad.
Si alguien no comprende lo que acabo de decir, que piense en un equipo de fútbol que tuviera a Cristiano Ronaldo y Leo Messi: ¿de verdad crees que el equipo saldría beneficiado o acabarían compitiendo por el rol y uno de los dos terminaría en el banquillo?
Pues con la pareja, lo mismo.
Una vez que la OMS ha reconocido la Conspiración de las Hormonas femeninas en los plásticos y cosméticos, predigo un cambio de tendencia radical en los próximos años (o meses): el hombre femenino pasará de moda y las mujeres que se sientan contentas de su femineidad volverán a apreciar la sensibilidad masculina.
Por cierto, una sensibilidad muy superior a la del hombre femenino, entre otras cosas porque es auténtica y sin aderezos ni fingimientos; siempre lo que no se ve a simple vista es mucho más profundo que lo aparente…
PD: En los segundos antes del orgasmo, se producen varios hechos muy significativos. La fusión del pene (hombre) y la vagina (mujer) llega a convertirse en algo tan sensible que ya no se sabe muy bien de quién es uno o la otra. Los hombres sentimos la vagina como si fuera nuestra y la mujer… parece que ella misma es la que gobierna el pene. Tanto es así que, como digo, en los segundos antes del orgasmo, a los hombres, de repente, nos sale una voz como aflautada y temblorosa, y la mujer (que se suelta) de repente pronuncia las groserías de un camionero aunque sea la más sensible y delicada. ¡Estás sintiendo como un hombre por unos segundos!! ¿Lo entiendes!
Lo que se está produciendo a nivel energético es la representación de la Energía Libre de Nassim Haramein en la que, a través del puntito yin dentro de su yang, el hombre se encuentra con el yin de la mujer, y viceversa, a través de su puntito yang, la mujer conecta con el yang del hombre. ¡Se conecta tanto que se incorpora la diferencia! El deseo sexual de un hombre sobre una mujer, y el de una mujer sobre el hombre, en definitiva, nace de querer conectar con esa Energía, que es justamente lo que no se tiene (por más que los new age se empeñen). En esos segundos «eres» ese otro ser, tan diferente biológicamente, y por eso te sientes completo al concluir, porque te has completado en el Tao, en la Unidad, no hay separación porque, a través de tu Amor, te has integrado con «la otra parte».
Es fácil extrapolar que un hombre amariconado ha decidido integrar la femineidad que le falta en sí mismo, de la misma manera que una mujer «camionera» ha decidido incorporar en sí misma ese hombre que le falta y -secretamente- añora.
Ahora pensad por un momento en una mujer unida a un hombre femenino. ¿Qué ocurre durante el acto sexual? A menos que se produzca una inversión de roles (cosa poco probable, porque llevaría la relación a la esquizofrenia), la mujer mantendrá el rol masculino (el pene) y el hombre, el femenino (la vagina). Considero muy improbable que lleguen al orgasmo por la sencilla razón de que tienen las «herramientas» cambiadas, por no decir la Energía. Pero, de todas formas y como hipótesis de trabajo, siguiendo con la analogía anterior, ¿qué se podría llevar la mujer de ese hombre femenino en el momento del orgasmo? ¿más energía femenina? ¡Se volverá loca! ¡Acabará odiando a ese hombre! ¡Le puteará en la vida normal porque no le da lo que necesita: masculinidad!
Por el contrario, ¿dónde obtendrá ese hombre femenino la energía masculina que le lleve al orgasmo si su mujer no puede dársela?
Evidentemente, en una sauna gay: allí es dónde el hombre castrado por la mujer se «venga» de ella. De alguna manera, y de nuevo paradójicamente, la homosexualización de los varones es la mayor declaración de amor a la mujer que pueden hacer: su venganza.
¿Y la mujer? Pues, evidentemente, esta misma es la explicación de por qué una mujer unida a un hombre muy delicado, que la comprende como una amiga… ¡acaba liándose con el butanero semianalfabeto pero masculino!