General, Opinión y Noticias Externas — 18 febrero, 2014 at 12:29 pm

El origen del Mal y la pérdida de la inocencia

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niñadelfinLos niños son bonitos. Si nos alegran la vida es porque su sonrisa es pura y la expanden a quien tienen cerca. Esa es la prueba irrefutable de que venimos puros al mundo.
Por eso, cuando son pequeños intentamos por todos los medios preservar su inocencia y protegerlos de… la sociedad.
Cuando llegan al colegio, algo empieza a cambiar en ellos: se encuentran con la competitividad, con las notas y con el paradigma social asociado a la ropa y las señas de identidad prefabricadas por el sistema (por no hablar de la perversión de la asignatura «educación para la ciudadanía», claro). En definitiva, les preparan para la CRUEL REALIDAD (y en este caso, no es una mera frase hecha).

Si estamos resguardados por unos buenos padres, vamos creciendo en la creencia de que haciendo el Bien, conseguiremos nuestras metas: la felicidad, el amor, el éxito laboral, etc.  Por el contrario, si los padres ya han sufrido el trauma (o desaparecen de sus vidas), les enseñarán a aprovecharse de los demás y estos niños se convertirán en los traumatizadores de otros niños (los matones y perversos que todos hemos padecido). [Podéis deducir lo que saldrá de una pareja traumatizada por el amor al otro sexo].

Por lo general, nos educaron en la creencia de que haciendo lo que nuestros padres nos han inculcado (respetando a los demás y diciendo la verdad) nos iría bien en la vida.
Sin embargo, en algún momento de nuestras vidas (puede ser en el colegio, posiblemente con un desengaño amoroso o en la vida laboral), la ética que nos enseñaron nuestros padres no sirvió. En algún momento, fuimos víctimas de una injusticia y nadie vino a ayudarnos: al vivirla en silencio, sin nadie que nos ayudara, se generó el trauma. El desgarro en nuestra alma.
El caso más habitual es el primer desengaño amoroso: vamos con el corazón abierto, a darlo todo, y «alguien» nos engañó, se aprovechó de nosotros, nos robó el alma, la inocencia. El corazón roto del que tantas canciones han hablado pero que es mucho más grave que un mero desengaño. Es un trauma, una ruptura de nuestra alma. Es el momento en el que nos damos cuenta de que haciendo el Bien, nos  va Mal.
Habría que ver lo que había sufrido ese chico o chica que nos hirió, y probablemente, nos encontraríamos con su propia historia traumática (familiar, seguramente).

El trauma es una enfermedad contagiosa: uno está traumatizado y traumatiza al siguiente, y así sucesivamente. El trauma es, sin duda, el signo de Satanás. Lo que vino a enseñar aquel señor tan famoso que vivió hace 2.000 años en Galilea es, precisamente, cómo no extender esa «cadena de odio». El remedio era ese sentimiento de cuatro letras del que tanto se habla y tan poco se practica. El Amor es el remedio para que el trauma no se siga extendiendo: no descargando la ira y el odio generados por un tercero con el siguiente que pase por nuestra vida y comprendiendo al que nos hizo daño como parte de una programa de odio (lo cual no significa volverse un masoquista como algunos han malinterpretado).
La manera cómo funciona el trauma es ésta: la herida emocional en tu orgullo fue tan grande, fue tan doloroso el daño, que nuestro Ser, nuestra esencia hizo una especie de «siniestro total», de manera tal que en ese momento no supimos más que generarnos un «alter», una personalidad ficticia con la que preservar nuestro yo dañado, que podemos asociar a la «burbuja narcisista». Generalmente, esa burbuja se hizo más densa buscando refugio en algún grupo social donde compartir esa misma pena, pues ya se sabe que las penas compartidas son menos penas.  Estoy hablando de los movimientos sociales y grupos en torno a una idea, una sola idea: en contra de «algo» (lo que consideran el «mal»).

Con arreglo a lo cercana o alejada a nuestro verdadero Ser que sea esa personalidad alternativa, nos encontraríamos con todas las tribus urbanas o futbolísticas, partidos políticos, sectas y, más allá, personalidades bipolares, gays y, en último caso, la conocida como «esquizofrenia»; la disociación de nuestro ser de la realidad.
La personalidad gay o la esquizofrénica no son más que unas formas alternativas de «cablear» nuestro cerebro para evitar ese trauma que destrozó nuestro Ser y que pudo ser un caso de abuso sexual o uno psicológico (hoy llamado «mobbing») tanto continuado como puntual (pero brutal). La injusticia de lo que vivimos puede hacer que nos convirtamos en cualquier clase de extremista, personalidades que se definen por ser «anti» algo y que, generalmente, tendrán que ver con la persona que nos hizo el daño: feminista (antivarón: quien le hizo daño fue un hombre), racista (antinegros: este ser siente que ha sido la mezcla de razas la culpable de su infelicidad), anticlerical (antiDios; casos de abuso sexual o decepción de la persona que ha creído y se siente decepcionada con la iglesia), homosexual (antiamor, trauma con el sexo complementario), animalista (contra los seres humanos), etc, etc, etc. Todas esas personas no comprendieron que el Mal gobierna el Planeta y que no les hicieron daño por ser blanco, mujer, ateo, etc sino por hacer el Bien. Que el culpable era, en definitiva, Lucifer:  asumir esta verdad es mucho más difícil que buscar el enemigo en otro ser humano (o conjunto de seres humanos).

El trauma genera una fobia, en definitiva. Y la peor de todas es el odio a la Humanidad.
Yo creo que a todos nos ha pasado. Cuando vivimos uno de esos traumas que nos duelen tanto, odiamos a la Humanidad por ser felices y no habernos ayudado, de manera que nuestra mente llega a pensar: «si esto es lo que hay, y se puede hacer cualquier cosa, me volveré yo también un hijo de puta». Ese es el momento en el que te puedes convertir «en uno de ellos»: volverte del lado oscuro. Todos hemos estado a punto de volvernos así en algún momento de nuestra vida y dar la espalda a Dios.
De esta madera están hechos los políticos, clérigos y ejecutivos de la banca que gobiernan el Planeta. Todos ellos pasaron por un trauma (preferentemente en la infancia) que les hizo abrazar el lado oscuro.
Y en ese camino, obviamente, se pierde la belleza de los niños… y su inocencia, que es lo más preciado que tenemos en este mundo por la sencilla razón de que ¡NOS RECUERDA QUIENES SOMOS DE VERDAD! (Es decir, antes del trauma de la pérdida de la inocencia).

El abuso sexual a los niños en la infancia no corresponde a hechos puntuales, como nos quieren hacer creer, sino al programa satánico que se lleva ejerciendo desde los tiempos de Saúl y David por parte de los seguidores de Lucifer. Esa es la manera como los satánicos seleccionan a los ídolos y gobernantes, en la certeza de que, una vez provocada la disociación en su cerebro, esas personas serán incapaces de encontrar el Bien y mucho menos de atreverse a defenderlo. Por eso son los «gobernantes perfectos» de Lucifer, claro, porque, de paso, al asociar «gobernante» con «corrupto», la gente deja de creer en el Bien y en los líderes naturales, los que lideran a la Humanidad en el camino del Bien.