Ayer, quedo con mis amigos Kike Mantecón y Gemutxi y por esas cosas de las conversaciones y los viajes a la India, a Gema se le ocurre mostrarnos este vídeo de «Españoleando» que demuestra que El Fary hubiera triunfado en el subcontinente asiático.
Y como estamos con la India, recordé que el otro día encontré algunos vídeos que creía perdidos de mi viaje por el país de Shiva y Shakti, particularmente éste que vais a ver a continuación.
Fue aquel ya mítico día del atascazo de 7 horas antes de entrar a Bombay que me ha servido en varias ocasiones para ilustrar el estado de la batalla humana contra las fuerzas sionistas.
El caso es que, después de las siete horas a punto de perder los nervios y la confianza, odié a Bombay desde el momento en que me bajé del autobús. Para empezar, tuve que esperar como quince minutos para decidirme a cruzar una calle-carretera, sin semáforo, por supuesto, que te daba acceso a la ciudad desde la parada del autobús. Y no estoy hablando de una calle cualquiera no, ¡estoy hablando de cuatro carriles en cada dirección!
El ruido que allí había no soy capaz de explicároslo; lo único que os puedo decir es que no me cabía en la cabeza cómo los niños iban saltando y haciendo monerías por la calle de vuelta a su casa del colegio (como en todos los lugares del mundo). ¡Con ese ruido ensordecedor! Encima, no encontraba un hotel a buen precio.
En fin: uno de esos momentos en los que vas bufando por la calle y odias a todo el mundo. Un momento peligroso en la India, y más cuando viajas solo. Muy peligroso.
Cuando uno está así de enfadado lo primero que pierde es la atención y en la India perder la atención es una casi segura candidatura para que te atropelle un coche, un rickshaw o metas el pie en una acera desconchada. ¡Cuántos turistas vi con el pie escayolado o con muletas! ¡Todo por perder la atención!
Por no hablar de las diarreas y los problemas originados por no elegir bien el lugar donde comes, claro.
Todo ello, agravado, como digo, por el hecho de viajar solo. Unas horas enfrascado en la negatividad te puede conducir a la depresión y de ahí, a cualquier desastre, como perder la cartera, el pasaporte…
En definitiva, que cuando por fin encontré una pensión y me pude tumbar me vi en la disyuntiva de permanecer en esa espiral negativa… o salir de ella. Pero no es tan fácil, claro: la negatividad te atrapa.
El caso es que, ya por la tarde-noche, sin ganas de hacer nada, me autoobligué a salir a dar una vuelta, comer algo y, sobre todo, con el objetivo de encontrar algo positivo para seguir confiando en la India: una conversación, un amigo, una sonrisa, una comida rica… qué se yo.
Estaba lo que se conoce como «necesitado de cariño».
Así fue cómo me puse a caminar por un cachito de acera en el barrio donde me encontraba, luchando contra mi odio a la India y el injusto atasco que había padecido y, entre el ruido, escuché una música, una música que parecía salir de un pequeño templo, sin ventanas, en honor a Shiva, si mal no recuerdo.
Me quedé mirando a la quincena de hombres que estaban tocando y cantando esos bellos mantram y, de repente, me hicieron una señal con la mano.
-«¡Vente pa’cá!», creí entender.
Y allí que me fui.
Me dieron un chai, me invitaron a sentarme con ellos y allí que me puse a escuchar esos bellos cantos.
A la segunda canción, ahí me teníais a mí cantando porque lo bueno que tienen los mantrams es que, como se repiten todo el rato, puedes coger el estribillo rápidamente.
Así me quedé como una hora u hora y media, mientras el ángel que estáis viendo me miraba con esos grandes ojos pintados (tiempo más tarde me enteré que los hindúes se los pintan para evitar el «mal de ojo», como una medida de protección), pero contemplarlo, ahora que lo pienso, también ahuyentó mis propios demonios interiores. En definitiva, el «sarao» era como un grupo de gitanos a la salida del «culto» o unos sevillanos ensayando sus cantos a «La Macarena»: un acto de devoción pero también un divertimento para ellos.
Un regalo, un auténtico regalazo; una manera de congraciarme con la India. ¡Y yo no había hecho nada más que estar abierto a él! ¿Os imagináis si me hubiera dejado llevar por la negatividad y hubiera desoído el ofrecimiento? ¡Si no hubiera vuelto a confiar en la gente, me lo hubiera perdido!
Les fotografié y les filmé, me reí y me comuniqué por señas pese a que ni ellos hablaban inglés ni yo, por supuesto, hindi.
Pero me fui de allí renovado y casi completamente, sanado.
A los dos días me fui de Bombay rumbo a Goa y el atascazo se convirtió en un recuerdo… que me hace reír.
El atascazo del Nuevo Mundo se resolvió hace ya meses y ahora nos acercamos irremisiblemente a «Bombay». Dentro de unos meses, cuando finalmente lleguemos, la pesadilla que estamos viviendo será sólo un recuerdo y comenzarán a llovernos los regalos.
Luego, claro, llegarán otras complicaciones, porque deshacer el demencial mundo en el que actualmente vivimos llevará su tiempo pero… siempre será más fácil que vivir en esta locura del dinero-deuda, ¿no crees?