Como muchos sabéis, mantengo una relación muy estrecha con Barcelona desde hace 7 u 8 años, la ciudad donde más se ha extendido este nuevo paradigma que explica la Historia, y el presente, con sentido.
A lo largo de estos años he llegado a coger tanta confianza con bastantes catalanes como para poder abordar el tema de la independencia sin tapujos y hasta con bromas. Como recordaréis, incluso entrevisté hace años a tres importantes políticos catalanes.
Gracias a la gestión de un conocido con el que comparto «pachanga futbolística», el pasado lunes acudí a una asamblea de las CUP del barrio del Poble Nou, de carácter bastante local, pero que, junto al resto de conversaciones a lo largo de estos años, me ha permitido comprender la situación creo que con bastante exactitud, siempre con esa perspectiva planetaria y antisistema que sabéis que son mis señas de identidad y que me permite, en un mismo día, acudir a esa asamblea anarquista y a la librería Europa, donde se venden mis libros.
Lo primero que hay que comprender: los independentistas catalanes responden a tres grupos con objetivos MUY DIFERENTES entre sí. Los burgueses de Convergencia responden a los valores tradicionales catalanes; los socialistas de Esquerra tienen un componente nacionalista originario del ámbito rural de raíz proletaria, y los anarquistas de las CUP están utilizando la vía independentista como una forma de desmembrar el Estado, para poder luchar mejor contra la oligarquía mundial. Es decir, que son independentistas e internacionalistas a un tiempo (aunque parezca imposible). Aunque el tema de la lengua y el de la cultura aparezca en el discurso de las CUP, el componente antiestatalista creo que es más potente, entre otras cosas, porque las bases de este movimiento son, precisamente, en una gran parte hijos de inmigrantes españoles (véase David FERNÁNDEZ y Antonio BAÑOS). En conversaciones con diferente gente, me han confesado que es dificilísimo encontrar un catalán con los 8 apellidos catalanes (la película se estrena este próximo fin de semana, por cierto).
Así pues, tenemos a los burgueses y conservadores de Convergencia; la clase media integrada de Esquerra y los «outsiders» antisistema de las CUP. Los okupas.
Una unión de conveniencia que estallaría al día siguiente de una hipotética declaración de independencia. ¡Ojo! No sólo entre Convergencia por un lado y Esquerra y las CUP por el otro.
Tal y como se están poniendo las cosas, ante la evidente corrupción de Convergencia, sus votantes se están yendo a Esquerra y mientras ésta a su vez se institucionaliza, sus votantes más radicales se pasan a las CUP que son lo mismo, aparentemente, pero más auténticos (porque todavía no han sido absorbidos por el sistema, pero están a punto de hacerlo). Técnicamente, y tras acudir a una asamblea barrial, os cuento que los planteamientos de las CUP son exactamente iguales a los de Podemos, pero con la variante de la independencia. Por eso ambos movimientos han comenzado a competir por atraerse a los movimientos sociales (Mareas Pensionistas, Plataformas de hipotecados, etc). El planteamiento que escuché en la Asamblea es que las CUP han de estar ayudando a estos movimientos (y aprendiendo) pero sinceramente yo creo que se autoengañan, y en realidad compiten con la Izquierda Anticapitalista.
Así pues, tenemos un auténtico follón de grupos definidos (como Esquerra) y movimientos sociales nuevos, (como las CUP y Barcelona en Común), que aunque son fruto de la desideologización de este comienzo del siglo XXI, todavía conservan el lenguaje y los métodos de los comunistas y anarquistas (en gran medida, mezclados, aunque con preponderancia de unos o de otros. Estado Sí/Estado No).
Y esto creo que es la clave: el «corrimiento de votos» en Cataluña está propiciando que se reproduzca primero la unión y posteriormente la lucha entre los movimientos comunista y anarquista que aconteció en Barcelona en los meses previos a la Guerra Civil, lo que demostraría que la historia se está repitiendo una y otra vez hasta que se consigue salir de ese «loop». A medio plazo, una victoria independentista llevaría a la misma batalla entre comunistas y anarquistas que contó Orwell en su libro sobre el cantón de Barcelona y Ken Loach en «Tierra y Libertad»: ya sabéis, las POUM y todo eso. En este caso, simbolizados por Esquerra Republicana y las CUP.
Pero luego tenemos el problema de los valores, porque tanto los izquierdistas como los anarquistas han sido educados en los valores implantados por la Fundación Rockefeller en 1973 (ver Charlotte Iserbyt), mientras que los votantes de Convergencia en general se identifican con los valores humanos eternos que en realidad congenian mucho más con partidos como Ciudadanos, con lo que al verse empujados a un estado catalán con los valores de aquello que se llamó «progreso» (y que hoy día hemos de identificar con la destrucción del Ser Humano), pueden muy bien dar marcha atrás si hubiera un golpe de mano dentro de la derecha catalana. Los valores humanos es el verdadero aspecto central de cualquier movimiento que diga luchar por la liberación del ser humano.
Entre todas las conversaciones que he mantenido -una vez que las personas bien informadas han de admitir que la crisis y la corrupción corresponden a un fenómeno planetario y no solamente español, y que al final, el idioma español forma parte de la idiosincrasia actual de los catalanes, al igual que su propio idioma autóctono-, ha reconocido que lo que se está produciendo en Cataluña es una batalla freudiana entre la madre (la lengua catalana, la tierra, lo local) y el padre (la lengua con la que salen al mundo), donde la carencia real es un reconocimiento del amor que los españoles sentimos por Cataluña.
Es decir: señores y señoras españoles, que todos debemos pedir perdón a los catalanes por haberlos tratado de tacaños y egoístas cuando pagan más impuestos que ninguno y tienen las carreteras más caras de todo el Estado. Y esto es una Verdad como un templo.
Como me dijo un amigo barcelonés, el problema independentista se rebajaría si hubiera un acto de perdón del conjunto de España con Cataluña.
Hace ya un año, medio en broma medio en serio, se me ocurrió convocar una concentración para llorar por Cataluña, pidiéndoles que no se marcharan. Quizás no era una idea tan loca…
PD: ¡Ah!, un detalle que me contó otra amiga catalana, que conoció hace ya tiempo a un judío catalán. Al parecer este acaudalado terrateniente jamás paga una comida ni invita en ninguna de sus reuniones de trabajo, entre ellas, en Madrid. Yo me pregunto si la fama de tacaños de los catalanes no provendrá de estos judíos perfectamente camuflados en la alta burguesía, al igual que ocurre con la fama de prepotentes de los argentinos, que en realidad es culpa de la soberbia casta judía de Buenos Aires.