General, Historia oculta — 23 agosto, 2013 at 12:00 pm

La Conspiración de la palabra «estado»: El Ente inmutable e intocable, el «Ojo que todo lo ve»

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Creo que únicamente los más despiertos recordaréis que a finales del pasado siglo, en España se impuso de repente la norma de sustituir la palabra «estado» por «estadio»: en lugar de decirse «el proyecto está en un estado incipiente» parece que la Real Academia de la Lengua impuso decir «está en un estadio incipiente», referido a acciones que tuvieran una continuidad, una evolución. Parece que hay un fundamento etimológico para ello; no lo niego aunque en el diccionario esa acepción de «etapa o fase de un proceso, desarrollo o transformación» figura después de «recinto con graderíos» y «terreno de un estadio» o «medida de longitud», es decir, estaba en desuso.

El caso es que recuerdo ese súbito cambio de forma de decir como algo «demasiado organizado», extraño… Lo que me vale es como suena la frase: te imaginas decir ¿»está en estadio de buena esperanza», es decir, embarazada?

Como ya sabéis que mi sangre es libertaria y me pongo a la defensiva bajo cualquier imposición, llevo guardando esa duda conspiranoica (previa a mi despertar) desde aquellos años 97 o 98 (creo).

Es más posible que os situéis en el contexto cronológico (en España, claro) si os recuerdo aquella tendencia también lingüística del «dequeísmo» y el «antidequeísmo».

Lo que sucedió fue que a mediados de los años noventa había muchos catalanes en la política y los medios de comunicación estatales e impusieron la moda (en aquel tiempo creía que procedente de la lengua catalana) de la profusión de conjunciones «de que»: «pienso de que deberíamos ir a tal sitio».  Aquella epidemia de «dequeísmo» fue tan grande por unos años que produjo el efecto contrario y la gente en España dejó de utilizar esa preposición junto con el pronombre o conjunción ¡hasta cuando era correcto decirlo! ¡Se produjo un auténtico pánico a decir «de que»! Por ejemplo, se decía «me alegro que te quedes» en lugar de «me alegro de que te quedes» o «estoy harto que me mientas» en lugar de «estoy harto de que me mientas».

Como digo, estábamos a punto de terminar el siglo, todavía Internet no había llegado pero esas tendencias repentinas, frenéticas y masivas ya me indicaban que la gente se estaba volviendo, literalmente, loca. Que se las podía manejar al antojo.

Sin embargo, como digo, esa directriz clara y rotunda para dejar de decir «estado» y en su lugar utilizar «estadio» me tiene intrigado desde hace ya quince años y, a consecuencia de la ficción legal en la que vivimos, creo que he averiguado su razón. Y tiene que ver, por supuesto, con la palabra «Estado» que, si os fijáis, siempre aparece con la letra mayúscula, aunque yo creo que nadie sabe lo que es en realidad. Como siempre, la mejor arma del detective de Ingenierías Sociales es ir al diccionario.

Estas son las definiciones que aparecen en mi diccionario Espasa sobre la palabra «estado», ordenadas (se supone que las primeras son anteriores). Fijaos en que la que atribuimos a la «cosa» de la que hablamos, aparece en cuarta posición, luego es más reciente.
1-Situación en que está una persona o cosa, en relación con los cambios que influyen en su condición.
2-Orden, clase, jerarquía y calidad de las personas que componen un pueblo.
3-Clase o condición a la cual está sujeta la vida de cada uno. [Acordaos de que durante la Edad Media la gente estaba dividida por estamentos y uno de ellos era el «estado llano«].
4-Cuerpo político de una nación.
5-País o dominio de un príncipe o señor de vasallos.

Me parece claro, a la luz de esta sucesión de significados, que lo que conocemos como «el estado actual» deriva de ese «estado llano». Es decir, que los aristócratas, los políticos y el clero siguen sin pertenecer al «estado», vamos, que no se rigen por sus normas (Ver asunto Urdangarín, por ejemplo).

Pero sigamos investigando la conspiración a través del lenguaje.

Los idiomas ibéricos (euskera, castellano, catalán,  gallego) son los únicos de nuestra área de influencia que diferencian el «ser» del «estar». Por ejemplo, en francés tienen la misma palabra para denominar ambas nociones; «etre», en italiano «essere» y en inglés «to be». Esta sutil pero importantísima diferencia va más allá del chiste «no es lo mismo ‘ser buena’ que ‘estar buena» porque nos permite diferenciar entre la esencia (el ser) y lo que muta por las costumbres (el estar). La Realidad y la Apariencia, si quieres.

Para comprender el verdadero significado de la palabra «estado»  basta que penséis en los estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso, que nos dan la idea de la mutación, como el agua, la conversión, lo que se transforma para volver al ciclo.

Entenderéis mejor a dónde quiero llegar si os cito las siguientes expresiones: «estado civil», «estado de alarma», «estado de guerra», «estado de excepción», «estado de sitio». Si os dais cuenta, todos esos «estados» son impermanentes; situaciones excepcionales, transitorias como el referido «estado de buena esperanza». ¿Y el Estado?

Al diferenciar el «estado» como algo inmutable de los «estadios» como «lo que muta», se nos aparece un monolito intocable que, si ya le colocas la mayúscula delante, te da, literalmente miedo: Estado, EL Estado.

Pero si, por definición, un «estado» es algo impermanente y transitorio ¿cómo puede ser que el Estado se nos aparezca como algo tan trascendental e inmutable, que se va apoderando de todas y cada una de las facetas de nuestra vida, regulándolas, limitándolas, robándonos la libertad?

La solución la dio el Rey Sol, Luis XIV, cuando dijo: «El Estado soy yo».

En efecto, el Estado era él, que se presentaba como descendiente de los dioses Annunaki, los Elohim. Y el Estado siguió siendo lo mismo cuando los revolucionarios franceses le cortaron la cabeza a un buen número de aristócratas galos.

¿Por qué? ¿Por qué todos los experimentos revolucionarios han acabado ampliando el poder del «Estado» y limitando la libertad de los SERES humanos? [Me niego a utilizar la palabra «ciudadano» y también «personas«].

Muy sencillo: el Estado es ese ente sin sentimientos cuya finalidad es que la Humanidad funcione como robots, previsibles y sin lazos de Amor, al estilo de una fábrica en cadena. El Estado es el enemigo de la Libertad, para lo cual programa paranoias prefabricadas por sus máquinas propagandísticas: los medios de comunicación oficiales. (Por eso no soportan Internet, evidentemente). Para el Estado sólo somos máquinas generadoras de impuestos (y de multas, claro); no somos SERES Humanos, por eso, obviamente, crearon una corporación de cada uno de nosotros cuando nos registraron al nacer con nuestro nombre en mayúsculas. Por eso, también, nos quieren reemplazar por cyborgs y robots, claro: les da igual una cosa que otra. Por eso lo que nos puede redimir es que volvamos a expresar nuestros sentimientos y emociones: que reemplacemos a los «servicios sociales», los juzgados y la policía y resolvamos los conflictos entre nosotros, recuperando la noción del Bien Común.

¿Y qué puede ser ese algo sin sentimientos, enemigo de la Libertad y del Amor, que basa su poder en el miedo y la paranoia prefabricada? ¿Aquel ente al que tienes que pedir permiso para hacer cualquier cosa y que te llega a cobrar por la energía, por el agua, por el sol?

¿Qué es el Estado en realidad?

Creo que todos lo deberíais saber a estas alturas.

El Estado es el Reino de Lucifer. Ni más ni menos. El Estado es el Ojo que todo lo ve, que te espía y te vigila para que no seas libre, ni feliz, ni ames. (Por eso programó la guerra de sexos y el movimiento gay, obviamente).

¡Ojo! Y que nadie me confunda el Estado con Lo Público o el Gobierno.

¡Las infraestructuras comunes de la sociedad no son el Estado! ¡Son de la Humanidad, DE LA GENTE, pero ahora las detentan los estados!

Los gobiernos deberían estar compuestos por las personas más buenas y sabias que saben como realizar el  Bien Común y no por psicópatas sin escrúpulos que roban y se saltan las leyes que ellos mismo firman.

El «estado»  es, por definición, una entidad transitoria, momentánea, para cubrir una necesidad puntual y, como tal, ha de desaparecer o mutar en otra cosa cuando ya no haya necesidad de ello. Es decir, que el «Estado» en realidad… ¡Es un Estadio!

Evidentemente, lo que cambia la «necesidad» de ese estado es el estado de conciencia de la gente, valga la redundancia. Un elevado «estado de conciencia» hace innecesario un «estado» monolítico porque la sociedad compuesta de ese estado de conciencia sabría autorregularse…

PD: Hoy día, no me cabe duda de que hubo una orden clara y rotunda para que se dijera «estadio» en lugar de «estado», como la hubo cuando empezaron a decir «el reino de Navarra» en lugar de «Navarra» simplemente.